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José T. Raga

Huelga para afianzar privilegios

¿Pero no es su ideología la que pregona la igualdad y la ausencia de privilegios?

¿Por qué a la izquierda, que pregona sin pudor su apuesta y defensa de la igualdad, le resulta tan difícil aceptarla? Su cálculo, haciendo que del dicho al hecho medie un gran trecho, es claramente erróneo. Si mostrasen, probadamente, su compromiso con la igualdad, encontrarían muchos compañeros de viaje, desde posiciones ideológicas muy distantes.

Al fin y al cabo, los hombres –no esperen el popularizado estribillo, de "y las mujeres"– por la dignidad que les es propia e inalienable, son esencialmente iguales y, afortunadamente, esto está por encima y a mucha distancia del poder de los votos.

Pero al tiempo que decimos que los hombres todos, son esencialmente iguales, reconocemos también que, accidentalmente, todos son diferentes; ahí están las habilidades, las capacidades, el espíritu de sacrificio, la conformación física, su disposición para el deporte o su opción por la vida sedentaria.

Siendo esto así, por qué también la izquierda busca desaforadamente el goce de privilegios; el disfrute de condiciones a las que no tendrá acceso el resto de los ciudadanos. ¿Por qué se engríen en una superioridad contra natura? ¿Por qué pretenden para sí, normas que no podrían aplicarse al resto de la comunidad? ¿Es el necio orgullo el que no les permite ver y aceptar que más o menos son como el resto de los humanos?

¿Puede alguien imaginar una sociedad más estratificada que la que vimos y seguimos viendo de los países marxistas? Se diría que viven embriagados por un culto a la desigualdad impuesta. Una desigualdad que siendo artificial se impone como natural, acompañada del pánico reverencial que da soporte a tal desigualdad.

¿De qué atributos presumen los que se abrogan el privilegio de hablar en nombre de toda una comunidad? ¿Acaso son más catalanes, más vascos, más gallegos, más valencianos, etc. los que enarbolan sus privilegios, frente al resto de los ciudadanos en sus respectivas demarcaciones? ¿Qué privilegios detenta el liberado sindical, de los que carece el militante sindical de base?

¿Por qué los trabajadores de la estiba se tienen que regir por normas que sería imposible generalizar para el resto de los que, con su esfuerzo, están consiguiendo levantar la economía de la Nación española? ¿Pero no es su ideología la que pregona la igualdad y la ausencia de privilegios?

Cuando, favorecidos como lo han sido, tendrían que agradecer al pueblo español y, especialmente, a los trabajadores españoles que han tolerado el trato desigual entre la propia fuerza de trabajo, adoptan una actitud agresiva y amenazante ante una norma que promete poner fin a sus privilegios.

La huelga anunciada, contraviene su propio sentido. El recurso a la huelga era el último que los trabajadores oprimidos tenían frente al capitalista desalmado. Pero utilizar la huelga para consolidar sus privilegios, de los que nunca gozaron los demás trabajadores, es una contradicción ideológica, además de cívica.

La huelga de la estiba, puede provocar reducción de la producción y, consecuentemente, aumento del desempleo. ¿Es esto, solidaridad laboral?

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