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José T. Raga

La prudencia, una virtud fundamental

Hablan y pontifican de lo que saben y de lo que no, de lo que les corresponde y de lo que les es ajeno, de lo que les afecta y de lo que les trae sin cuidado.

Junto con las otras tres que la acompañan –justicia, fortaleza y templanza– constituyen las cuatro virtudes cardinales, sobre las que se edifica el ser humano que aspira a desempeñar un papel importante en la construcción de una sociedad armónica, justa, fraterna y solidaria.

Sin embargo, no son pocos los humanos que hacen gala de imprudencia, como si de un mérito se tratara. Una imprudencia que con frecuencia lo es en el uso de la palabra; llevando su locuacidad al extremo, vaticinan los futuribles como si de oráculos se tratara.

Hablan y pontifican de lo que saben y de lo que no, de lo que les corresponde y de lo que les es ajeno, de lo que les afecta y de lo que les trae sin cuidado. Parece que la cuestión se limita a juzgar, sentenciar, pronosticar o simplemente ejercer sin ton ni son esa facultad de hablar que sólo está conferida al ser humano.

En este aspecto, cabría decir que muchos no hablan porque, simplemente, como los loros, no tienen nada que decir, limitándose, llevados del entusiasmo de hacerse presentes, a proferir sonidos. Omisión pura y dura de la prudencia deseable y exigible, a la vez que olvido inexplicable de aquel principio, expresión de la prudencia y de la moderación que, en tocante al uso de la palabra, se concreta en que no hay mejor palabra que la que está por decir.

Mi asombro, pese a la edad, se incrementa sustancialmente cuando veo a gentes responsables y dignas que se empeñan una y otra vez en decir y ordenar lo que tienen que hacer otros, cuando lo suyo, más que probablemente, está por hacer. Por lo que uno no puede dejar de preguntarse por qué se meten en tantos jardines cuando son alérgicos a las plantas.

Hoy, mi preocupación gira en torno a la intromisión de Gobierno y patronal. Dejo al margen a los sindicatos, particularmente a CCOO, porque sí que en cambio es suyo el partido que pretende jugar; o al menos es el partido que, jugado o no, es el que públicamente pretenderá justificar su existencia.

Si, a poco que se conozca de la cuestión, es muy evidente que cada empresa difiere en mucho de las de su entorno, a la vez que cada trabajador es singular e irrepetible en sus características, a qué vienen los consejos del presidente de la patronal y de la señora ministra de Empleo y Seguridad Social para instar a que las empresas incrementen los salarios de sus trabajadores.

La razón de mayor peso es que ha crecido la actividad laboral. Olvidando, también la patronal, que si crece la contratación laboral es por la mejora experimentada en la relación productividad-salario. ¿Por qué tienen que intervenir en esto quienes nada se juegan en ello, a excepción de su imagen política? ¿Y las empresas que están en pérdidas? ¿Aumentar los salarios será el cauce para que alcancen beneficios?

¡Con lo fácil que resulta estar callado!

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