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El 'agujero' de las empresas medianas españolas se agranda con la crisis

Nuestro país sigue sin consolidar una red de compañías de tamaño medio-alto. La concentración de micro-empresas perjudica salarios y productividad.

Nuestro país sigue sin consolidar una red de compañías de tamaño medio-alto. La concentración de micro-empresas perjudica salarios y productividad.
La falta de tamaño de muchas empresas españolas puede ser un lastre para competir en el mercado internacional. | Pixabay/CC/JonKline

No hay grandes cambios en el panorama empresarial español tras la crisis. Si acaso, se observa una ligera mejoría de las grandes empresas, las de más de 500 empleados, que crecen en número y en porcentaje de trabajadores sobre el total. Pero uno de los grandes agujeros de la economía española, el de las empresas de tamaño medio-grande, de 50 a 500 trabajadores, sigue sin cerrarse. Nuestro país no consigue que sus pymes crezcan como ocurre en las economías más dinámicas del continente. Y eso tiene costes en términos de productividad, de salarios y en la capacidad de resistencia cuando vienen mal dadas. El tamaño de las empresas siempre ha sido una de las asignaturas pendientes de la economía española y por ahora no logramos aprobarla.

Este martes, el director de Relaciones Laborales de la CEOE, Jordi García Viña, presentaba el informe "Serie histórica 1999-2016. Estudio sobre la evolución de empresas y trabajadores". La patronal utiliza los datos del Ministerio de Empleo para analizar la estructura empresarial española: cuántas empresas tenemos en función de su tamaño, cuántos empleados tienen estas compañías y cómo se distribuyen los trabajadores en los diferentes regímenes de la Seguridad Social.

Las conclusiones no son especialmente positivas. Sí, es cierto que nuestro país ha pasado una larga y profunda crisis. Pero incluso así, no podemos conformarnos con los datos actuales, que prácticamente replican los que había a finales del siglo XX. En lo que tiene que ver con el tamaño de las empresas, nuestra economía mantiene las constantes de las últimas décadas: muchas micro-pymes (de hasta nueve empleados como máximo), pocas empresas de tamaño mediano (tanto las de 10-50 empleados, que podríamos denominar como medio-bajo; como las de 50 a 500 empleados); y un número creciente de grandes empresas (más de 500 empleados) que también acaparan un porcentaje creciente del empleo.

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CEOE

Los dos cuadros de la derecha (click para ampliar) contienen los datos más interesantes del informe. En el primero se muestran cómo se distribuyen las empresas españolas en función de su tamaño. De las 1.312.345 compañías inscritas en la Seguridad Social a 31 de diciembre de 2016, más de un millón tenía menos de 5 trabajadores. Por el contrario, apenas 22.238 tenían de 50 a 250 empleados, otras 2.306 de 250 a 499 empleados y 1.945 más de 500 empleados.

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CEOE

Cómo se traduce esto en términos de puestos de trabajo. Pues las grandes empresas, aunque no sean muchas en términos absolutos, acaparan buena parte del empleo de nuestro país. Esto es lógico y ocurre en la mayoría de los países avanzados. Así, esas menos de 2.000 compañías grandes tienen un total de 4.098.286 trabajadores, casi una tercera parte de los 12,8 millones de asalariados inscritos en la Seguridad Social (no entran aquí los trabajadores del régimen agrario, ni los del hogar, ni los autónomos ni los pertenecientes a otros regímenes especiales).

Las grandes cifras puede que no nos digan mucho. En todos los países hay más empresas pequeñas que grandes en números absolutos (algo completamente lógico), pero estas últimas agrupan a buena parte de la fuerza laboral. Por eso, lo interesante es la comparación, tanto con lo ocurrido a lo largo de la historia como con los datos de los países de nuestro entorno. Y aquí vemos dos tendencias preocupantes. En primer lugar, si comparamos cómo ha evolucionado el número de trabajadores en las empresas en función de su tamaño en este siglo, vemos que las medianas son las que menos han crecido de todo el tejido empresarial español. De 1999 a 2016 el número de trabajadores inscritos en la Seguridad Social ha crecido un 20,28%: con un fuerte incremento en las grandes (30,42%) y en las pequeñas (por ejemplo, en las de 3-5 empleados ha subido un 28%). Mientras tanto, las empresas de 10 a 49 trabajadores apenas suman un 6,7% de empleados más que en 1999 y las de 50 a 249 empleados un 15,55%. En ambos casos, por debajo del incremento medio.

Si además nos fijamos en los países de nuestro entorno, vemos que algo falla. En la siguiente tabla comparamos las cifras de España con las de Alemania, Francia, Italia, Portugal y Reino Unido. Son datos del informe Entrepreneurship at a Glance 2016 de la OCDE (se manejan cifras de 2013, por lo que pueden variar algo respecto a las de la CEOE, que son de 2016). Como puede verse, el porcentaje de trabajadores españoles empleados en pequeñas empresas es muy alto en comparación con nuestros vecinos ricos (y si usáramos los datos de los demás países ricos de la UE los resultados serían parecidos). Sólo Portugal e Italia tienen un porcentaje más elevado de sus trabajadores en micro-empresas y al mismo tiempo tienen menos trabajadores en compañías de tamaño medio-grande y grande.

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Es cierto que, como explicaba García Viña este martes, hay algunas características del sistema productivo español (por ejemplo, el elevado peso del sector servicios respecto al industrial) que no ayudan en estas métricas. Pero aún así, las cifras no salen. Tenemos un agujero en este aspecto y hay que admitirlo y trabajar para cerrarlo. Porque además, las consecuencias son importantes. Como ya hemos explicado en otras ocasiones en Libre Mercado, a igualdad de tamaño las empresas españolas no son menos productivas que sus competidoras de los países ricos de la UE.

De esta manera, el problema de nuestra baja productividad se deriva en buena parte de la falta de tamaño: en todos los países, las empresas más pequeñas son menos productivas. Y como España tiene más trabajadores en esta categoría, en el agregado se queda atrás respecto a francesas, alemanas o inglesas. No sólo eso, como hemos visto con meridiana claridad en esta crisis, las empresas pequeñas pagan salarios más bajos de media, tienen más empleo precario (temporal) y tienen más posibilidades de tener que cerrar en las recesiones. A pesar del mito que tantas veces se repite, son las grandes empresas las que mejores condiciones ofrecen a sus empleados y las que más aportan a la productividad media de una economía.

Esto no quiere decir que haya que proteger a las grandes empresas ya existentes. Más bien, la clave de las economías dinámicas es que permiten que nuevos actores se incorporen a esa liga. Por ahí se puede intuir uno de los grandes problemas de la economía española. Como explicaba García Viña, en nuestro país las empresas medianas se ven encerradas dentro de un círculo vicioso muy dañino. Ni tienen las ventajas normativas de las pequeñas (buena parte de las ventajas que le legislación concede a las pymes se anulan a partir de 50 empleados) ni tienen las ventajas derivadas del tamaño que sí pueden aprovechar las más grandes (a partir de 500 trabajadores). La burocracia y rigidez de nuestro marco normativo se ceba especialmente en ellas (no pueden permitirse ni grandes departamentos de recursos humanos ni asesores que minimicen esos problemas) y acaban perjudicando su capacidad competitiva. Si España quiere una economía realmente moderna y productiva, que pueda competir en igualdad de condiciones con las de sus vecinos ricos de la UE, tendrá que enfrentar antes o después este problema.

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