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Jesús Gómez Ruiz

Contra inflación, ¿continencia?

¿Debe llamarse inflación a todo incremento generalizado de los precios? Dependerá de las circunstancias. Si las condiciones técnicas de la producción en general no han sufrido variaciones y tampoco se han incrementado los costes, un incremento generalizado y persistente de los precios sólo puede deberse a causas monetarias, esto es, al abuso del crédito o al envilecimiento de la moneda. Esta es la verdadera definición de inflación.

En cambio, si el incremento de precios, aunque generalizado, no es persistente, hay que achacarlo a un deterioro de las condiciones técnicas de la producción o a un incremento de los costes. En este caso no puede hablarse de inflación, porque un nivel de precios más alto no hace más que reflejar el inevitable incremento en el coste de la vida derivado del deterioro de las condiciones de producción; del mismo modo que cuando la reducción de costes o el empleo de métodos de producción más eficientes se traduce en un descenso de los precios, no cabe hablar de deflación.

De aquí se deduce que el IPC no es un buen instrumento para guiar la política monetaria, porque no distingue entre incrementos de precios debidos a factores reales -necesarios para asignar los recursos eficientemente- o a factores monetarios. De esto ya se dio cuenta Hayek en los años 20, en la polémica sobre la posibilidad de la estabilización de los precios, en la que, por desgracia, al final se impusieron las tesis de Irving Fisher, mentor de Milton Friedman y uno de los iniciadores de la Economía estadística junto con W. C. Mitchell.

¿Cuál es el caso español? La verdad es que una mezcla de ambos. La componente real es la subida del precio del crudo en dólares, y la componente monetaria es el envilecimiento deliberado del Euro llevado a cabo por el BCE en los últimos dos años, aunque ahora parece que las autoridades monetarias europeas se dan cuenta de que han ido demasiado lejos e intentan invertir el proceso.

De cualquier modo, el control de la inflación ya no está en manos de las autoridades españolas. Es por esto que el ministro de Hacienda, D. Cristóbal Montoro, exhorta a los empresarios a que no trasladen los incrementos del precio del crudo a los precios para no "caer en una espiral inflacionista".

Hace bien el Sr. Ministro en advertir de los peligros de la inflación, pero es preciso señalar que las espirales inflacionistas no son posibles si previamente no se ha abusado del crédito (por ejemplo, incremento del déficit público por transferencias corrientes) o se ha envilecido la moneda. Culpar a empresarios y trabajadores por incrementar precios o negociar convenios colectivos al alza equivale a culpar al mensajero de las malas noticias recibidas. No es posible dejar de repercutir el incremento de los costes en los precios si no es a costa de una merma en los beneficios -que obligaría a bastantes empresas a cerrar y haría disminuir la capitalización bursátil de las más sólidas. En otro caso, las demandas salariales de los sindicatos por encima de la productividad sólo conseguirían incrementar el paro, no los precios.

Parece que Montoro confía en que los incrementos de productividad derivados de la aplicación de las nuevas tecnologías y de las reformas liberalizadoras contengan el alza de los precios. Es posible que así suceda, y de hecho esto es lo que sucedió en los años previos a la crisis de 1929. Los precios se mantuvieron prácticamente estables, con una ligera tendencia al alza, aun a pesar de los colosales incrementos de productividad que tuvieron lugar en esos años (quizá la época más próspera, comparativamente, que haya conocido la humanidad), cuando en realidad deberían haber bajado sustancialmente. Pero el abuso del crédito distorsionó las relaciones de precios, ocasionando una mala asignación generalizada de los recursos. Por eso sobrevino la crisis, agravada posteriormente por políticas desastrosas que incidieron en el mismo error (en Japón se está produciendo hoy una situación similar). Pero esto sería materia de otro artículo.

La cuestión es que es imposible ignorar que los costes de producción de las empresas se han incrementado sustancialmente, tanto por la subida del precio del crudo como por la depreciación del euro. Y la única arma que le queda al gobierno (si los burócratas europeos quisieran permitirlo y el gobierno tuviera la voluntad suficiente) es reducir o congelar los impuestos sobre carburantes (parece que el Reino Unido ha dado un paso en esa dirección). Lo demás es pura retórica.

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