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Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, ha demostrado una vez más la gran verdad ciceroniana de que no hay tontería tan grande que no la haya dicho un filósofo. Según ella, el mundo occidental es responsable de la miseria de los inmigrantes, pero no por bloquear el comercio con sus países sino precisamente por lo contrario, por extenderlo. Ella está en contra del comercio, igual que Rifkin, que despotrica contra el capitalismo porque “ha consistido siempre en llevar cada vez más actividad humana a la arena comercial”. Para esta distinguida profesora, el comercio es despreciable y letal, porque manipula a las personas, que son idiotas sin criterio.

Pues bien, no. La gente no es boba, como sostiene siempre el intervencionismo paternalista, y el comercio, la transacción libre de los ciudadanos, no es una “arena”, ni una estrategia ni una lucha, de suma cero, donde lo que unos ganan otros lo pierden: es un juego de suma positiva, al que debemos nuestra prosperidad. Para que funcione de modo óptimo, el comercio necesita paz, justicia y libertad, es decir, necesita el Estado de Derecho.

Esto podrá parecer obvio, pero no lo es para la profesora Cortina, que aprecia, como suele suceder con los intelectuales, no un mundo de personas libres con reglas iguales sino una tribu con propósitos iguales y personas organizadas colectivamente. Aplaude por ello la idea de los “liberales" (!) Ackerman y Alstogt de convertir EE UU en una stakeholder society, dispuesta a dotar a todos sus miembros en los umbrales de la edad adulta con una cantidad suficiente como para que puedan organizar sus vidas”.

Serán liberals, doña Adela, no liberales.

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