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Gescartera, el primer gran escándalo de corrupción de la Era Aznar, es peor que Ibercorp por muchas, muchísimas razones. La primera y fundamental, de la que nacen todas las demás, es que se produce bastantes años después de Ibercorp. Y si se produce es porque bajo Aznar se ha reproducido la misma situación –la misma sensación– de impunidad de los amigos del Gobierno. No es casual que Camacho sea hijo de uno de los compinches de Manuel De la Concha, como no lo es que Giménez-Reyna, el que aparece como jefe político de la Banda de Gescartera –el jefe técnico parece serlo el encarcelado Camacho– tuviera una hermana al frente de su tinglado, igual que Mariano Rubio la tenía dando la cara para su lavadora y secadora de dinero negro. Y, sobre todo, como tampoco lo es que el ex secretario haya sido, hasta el momento de su forzada dimisión “por razones familiares”, el mandamás de la Agencia Tributaria. Milagro sería que no apareciesen ahora actuaciones fiscales para favorecer a Gescartera y sus mejores clientes; y que no resultaran tan comprometedoras para el Gobierno actual como en su día lo fueron para el Gobierno del PSOE la corrupción al máximo nivel de la Agencia Tributaria. Milagro harto improbable.

La razón sigue siendo la misma: la Agencia es un mecanismo despótico que, precisamente porque supone un terrorismo tributario objetivamente al margen de la Ley, sólo frenado por la falta de medios y matizado por la arbitrariedad, está abocado a la corrupción. Pero cuando la principal familia política del felipismo, la de Polanco y González, usó el escándalo de la cúpula catalana de la Agencia –conocido por media España– para cargarse a un candidato presidencial poco grato, el mismísimo fundador de la Agencia, Josep Borrell; el Gobierno del PP se dio por satisfecho con el “escarmiento” y con heredar un mecanismo de poder que no fuera peligroso contra él, aunque siguiera siéndolo para el común de los ciudadanos.

Recuerdo que le preguntaron en un medio de comunicación al entonces y ahora vicepresidente económico sobre esa corrupción al más alto nivel del Fisco y de sus planes para erradicarla, y Rato respondió: “se trata sólo de dos casos individuales y de hace diez años.” Y lo repitió tres veces: dos casos y de hace diez años. Lo recuerdo bien porque el medio era la COPE, el programa era “La Linterna” y el que hacía la pregunta era yo. Y lo que dijo Rato obedecía a una razón: no estaba dispuesto a cerrar la Agencia Tributaria por no renunciar al poder que ese mecanismo supone para el Gobierno de turno. De ahí, del Poder compartido del Ejecutivo y la Agencia, nacieron no sólo los “amigos de Borrell” sino los “doscientos mil millones” de regalo fiscal a los amigos del Gobierno felipista denunciados en la Nochevieja del 96, la de la Guerra Digital. Y de ahí los “regalos fiscales” que con toda probabilidad se descubrirán, salvo que la “omertá” en el Fisco alcance a todos los capitostes políticos que en ella han tenido alguna responsabilidad, desde los ministros de Hacienda de uno y otro signo hasta Magdalena Álvarez, la actual cajera de Manuel Chaves, y la honradísima Pilar Valiente .

¿Imposible? Bien al contrario. Porque había y hay una doble estructura de corrupción política y económica, heredada del felipismo pero que los Gobiernos del PP no han querido liquidar: la corrupción despótico-fiscal de la Agencia Tributaria y la corrupción bolsipandillista de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. O sea, “los amigos de Borrell”... y “los amigos de Villalonga”. El escándalo Gescartera nace de esa corrupción estructural que, con todas las salvedades que se quiera, opera al máximo nivel de nuestras instituciones de control político-financieras. ¿Gescartera peor que Ibercorp? Sí. Porque muchos años después de descubrirse Ibercorp era posible Gescartera. Lo era y lo es. Y, si no cambia mucho el sistema, podrá seguir siéndolo. Es decir: lo será.

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