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En esta semana trágica ha habido económicamente de todo, desde tonterías hasta monstruosidades.

Tonterías fueron, por ejemplo, las alabanzas a los bancos centrales porque “inyectaron dinero para superar la crisis”. Uno se pregunta, si tan fácil es superar las crisis ¿por qué no lo hacen siempre, por qué esperan a que miles de inocentes sean asesinados para untarnos con su mágico bálsamo de Fierabrás? La verdad, por supuesto, es que los bancos centrales no poseen tal bálsamo y ahora están, como siempre, adivinando cuál es la actitud del mercado para intentar ajustarse a él.

Otra tontería, vinculada con la anterior, porque refleja también la mentecata fe ciega en las capacidades terapéuticas de la política, es la de quienes han pedido una mayor intervención de las autoridades económicas, con el venerable expediente de fomentar la demanda mediante un mayor gasto público. Otra vez, cabe preguntar: si esto del crecimiento económico es tan sencillo como subir el gasto público ¿por qué esperar a que corra la sangre?

Y lo monstruoso es el tan popular diagnóstico que afirma sin ambages que lo que ha pasado es culpa de EE UU y sobre todo de la globalización capitalista, porque las desigualdades son el mejor caldo de cultivo para el terrorismo, según editorializó El País. Este argumento es asombroso, y tiene que ver con la fantasía izquierdista según la cual el comunismo se impone por la inicua explotación capitalista. Todo camelo. Los terroristas no tienen nada que ver con los pobres –hay más pobres en Badajoz que en Bilbao– y el comunismo jamás se impuso porque los pobres se levantaran justicieros contra el capitalismo, sino porque los comunistas tomaron el poder. Una vez que lo hicieron, se comportaron en todo el mundo de modo tan regular que ya podemos establecer una regla universal: la pobreza, la miseria, las desigualdades y la explotación nunca son la causa del comunismo y siempre, en cambio, su consecuencia.

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