No nos engañemos, son los mismos. Si desagradable era ver hace una semana a las turbas saqueando comercios, absolutamente nauseabundo resulta contemplar a sus representantes de cuello blanco ejercer las funciones de gobierno. Sí, estoy hablando de Argentina. Quienes jamás han entendido el fenómeno de la producción y la creación de riqueza a través del trabajo, la empresarialidad y la acumulación de capital, quienes no conocen otra forma de adquirir riqueza más que el simple latrocinio, no van a cambiar de costumbres precisamente ahora que tienen bajo su poder el monopolio de la violencia estatal.
Se trataba de evitar la vergüenza y el descrédito de explicarles a los argentinos que sus ahorros habían sido saqueados por políticos corruptos y demagógicos. Se trataba de conseguir que el ciudadano de a pie no sufriese las consecuencias de tener que aceptar una nueva moneda que lo único que tiene de similar con la antigua es el nombre de peso. Una moneda que no vale nada, porque nada tiene detrás que la respalde. Sólo en este contexto puede llegar a hacerse inteligible tanta bárbara estupidez.
Para “reponer” las reservas bancarias saqueadas y poder reembolsar a los ahorradores, a los peronistas no se les ha ocurrido nada mejor que saquear ahora las reservas de petróleo que una empresa española llamada Repsol cometió el error de adquirir hace algunos años, a un precio no precisamente de saldo. Dicha nazionalización” ha adoptado la “forma jurídica” de impuesto salvaje a la exportación de crudo. Esta leva acompaña lógicamente al establecimiento de un precio máximo de venta del combustible que es inferior en un 30 ó un 40% al real. Es el viejo procedimiento de gravar la exportación y el atesoramiento de los productos con precio máximo interior, pues nadie sería tan estúpido, si puede evitarlo, de entregar a un precio ruinoso lo que en el extranjero puede venderse a su precio real por un 30 ó un 40% más.
Las medidas para tratar de “dar valor” a la nueva moneda y evitar la inmediata subida de precios denominados en tan dudoso papel, también son de garabatillo. Si las reservas de dólares no van a respaldar al peso, que sean los productos de otros a “precios” controlados los que la “respalden”. Desde luego, pronto desaparecerán los productos de las tiendas y aparecerán las colas y hasta las cartillas de racionamiento. Para entonces, los gobernantes ya tendrán un chivo expiatorio el malvado comerciante al que echar las culpas. Y cuando, como consecuencia del control de alquileres, sea imposible encontrar una casa en alquiler, volveremos a oír que la especulación inmobiliaria está impidiendo que la gente puede acceder a una vivienda digna. Las exiguas reservas de dólares que todavía quedan (no por mucho tiempo) se dedicarán, mientras duren, a pagar importaciones básicas. Por tal motivo, reaparecen los tipos de cambio múltiples que ya creíamos enterrados hace mucho tiempo. Como se ve, todas son magníficas medidas para vivir dos o tres meses con lo rapiñado. Ya se sabe; después de nosotros, el diluvio.
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