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José Ignacio del Castillo

Papeles para decoración

El gran economista austriaco Ludwig von Mises hizo una vez el siguiente comentario socarrón: “el estado es la única institución capaz de convertir una mercancía útil como el papel, en algo absolutamente carente valor mediante el curioso procedimiento de poner su sello en el mismo y pretender hacerlo pasar por dinero”. Von Mises reflexionaba así sobre el hecho de que durante la hiperinflación alemana el marco alemán llegase a valer menos que el papel en el que estaba impreso. En realidad Mises sobreestimaba el valor del papel contenido en un billete. Cada vez que visitamos el excusado consumimos bastante más, y eso que éste es “higiénico” y no está manchado.

Conviene tener en mente todo esto cuando se propone con toda alegría dejar “flotar libremente” la moneda argentina. No son pocos los que todavía tienen empapeladas las paredes de su casa con los resultados producidos la última vez que su país optó por tan fantástica solución hace poco más de una década. El papel moneda no es un activo cuyo valor dependa, ni aún “limitando su cantidad”, de sus propiedades físicas. Su naturaleza es completamente distinta a la del oro o la plata. Estos salen de la mina y no necesita el respaldo de ningún minero “emisor”. Son “activos reales”, igual que una casa o un equipo industrial.

El papel moneda por el contrario es un pasivo. Su valor depende de los activos que le respaldan y la actitud de su emisor con relación a dicho respaldo. No es por casualidad que ni siquiera el país más bananero del mundo se atreva a emitir papel moneda directamente desde la imprenta. Nadie emite moneda sin pasar por un banco emisor que, al mismo tiempo que la “pone en circulación”, adquiere, descuenta o “monetiza” (disculpen la expresión técnica) algún bien o valor que la respalde (reservas). La responsabilidad del emisor es precisamente conservar y gestionar estas reservas para garantizar el valor de sus emisiones (pasivos en la jerga técnica). La convertibilidad no es más que el lógico reconocimiento de la existencia de esos pasivos.

Dejar “flotar libremente” la moneda equivale en realidad a conceder a los políticos el poder de disponer libremente de las reservas que respaldan la moneda. El procedimiento es bien sencillo. Basta con emitir deuda pública, colocarla en el banco emisor y a cambio ir disponiendo de las reservas que constituyen los ahorros de la gente. La flotación libre —en realidad caída libre—, en el mercado sencillamente sirve para reflejar el progresivo deterioro de la calidad de las reservas que ahora quedan respaldando tanto las emisiones nuevas como las antiguas. Dejar que los políticos gestionen las reservas monetarias constituye una imprudencia. Permitir que lo hagan en Argentina es sencillamente un suicidio. La caída libre del peso desde que Duhalde suspendió la ley de convertibilidad nos lo recuerda a diario.

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