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Gary S. Becker

El déficit argentino causó el desastre

Los argentinos han sufrido tremendamente por la infame gestión de su economía, a lo largo de casi todos los últimos 80 años. La crisis actual se debe también a que los políticos siguieron pidiendo prestado en los mercados internacionales de capital para financiar su inmenso y creciente déficit fiscal.

En 1991, para eliminar la tendencia de financiar los gastos gubernamentales imprimiendo billetes, la Argentina introdujo la convertibilidad fija de un peso por dólar. La hiperinflación había sido rampante en los años 70 y 80, con aumentos de precios de más de 1.000% en 1989 y 1990. Las diabluras monetarias e intervenciones gubernamentales destructivas redujeron la economía Argentina a niveles tercermundistas y el ingreso per cápita, que había sido uno de los diez más altos en el mundo en los años 20, se hundió al puesto número 80 en 1990.

La convertibilidad controló la emisión de pesos y la hiperinflación, a la vez que estabilizó la economía. Para 1995, los precios estaban aumentando menos de 2% al año. Yo y muchos otros economistas entonces concluimos que Argentina había tomado el camino del crecimiento sostenible. Pero la convertibilidad no eliminó la tendencia de los gobiernos locales y del gobierno central de gastar más de lo que recolectaban en impuestos.

El gasto gubernamental superó el 30% de PIB, muy por encima del caso chileno y excesivo para un país del nivel de desarrollo de la Argentina, que además sufría un sistema impositivo ineficiente. Estos déficit presupuestarios se taparon a comienzos de la década de los años 90 con los ingresos provenientes de la venta de empresas estatales.

Una vez evaporados los ingresos de las privatizaciones, el gobierno financió la brecha presupuestaria pidiendo dólares prestados. Últimamente, esa deuda alcanzó unos 150 mil millones de dólares y el déficit fiscal superaba el 4% de PIB. El déficit se financiaba principalmente en dólares y el servicio de la deuda exigía nuevos préstamos. Cuando se le cerró el acceso a nuevos créditos, Argentina declaró una cesación de pagos, eliminó la convertibilidad y congeló los depósitos bancarios. La cesación de pagos aliviará sólo momentáneamente los problemas presupuestarios al eliminar los pagos de intereses y la necesidad de refinanciar la deuda. Pero el sistema bancario yace en ruinas y muchos depositantes han perdido sus ahorros.

Algunos críticos culpan a las reformas de libre mercado de los problemas de Argentina, las llamadas políticas neoliberales o la economía tipo Universidad de Chicago del comienzo de los años 90. Sin embargo, a la Argentina le fue extremadamente bien a partir de 1991. Incluyendo los últimos años malos, el PIB creció más de 4% anual hasta la reciente devaluación. Este fue un crecimiento mayor que el de Brasil y de casi todas las naciones latinoamericanas.

Pero la Argentina no reformó su economía tanto como lo hizo su vecino Chile, nación que ocupa el puesto número 17 en el Indice de Libertad Económica publicado por The Wall Street Journal y la Heritage Fundation, mientras que Argentina aparece en la posición número 39. Argentina mantiene barreras más altas a las importaciones, un mercado laboral más rígido con poderosos sindicatos y un sector público más grande que Chile, país que no ha sufrido una grave crisis económica y financiera.

Otros culpan a la convertibilidad del colapso porque el cambio fijo aumentó el costo de sus bienes en el mercado mundial, a medida que se revaluaba el dólar en los años 90. Argentina hubiera podido beneficiarse antes de un cambio flotante, quizá en 1999, cuando Brasil devaluó. Sin embargo, yo no creo que la sobrevaluación del peso fue una de las causas principales de las actuales dificultades económicas. Las exportaciones argentinas apenas aportan 10% al PIB y éstas aumentaron con la apreciación del dólar.

Un reciente ministro de Economía, Ricardo López Murphy, quien fue alumno mío en la Universidad de Chicago, duró en su cargo apenas 14 días porque trató de reducir el gasto público y aumentar los impuestos para cerrar la brecha presupuestaria. Así como imprimir pesos y crear inflación suavizará los problemas presupuestarios, el fin de la convertibilidad le permitirá al gobierno regresar a sus malas costumbres de financiar el déficit imprimiendo pesos.

Ni el FMI ni Estados Unidos deben rescatar a las instituciones financieras tenedoras de malas deudas argentinas. Seguramente, confiar en un rescate internacional fomentó préstamos que no se justificaban. Quizá Argentina deba recibir ayuda después instrumentar reformas que reduzcan los gastos y mejoren la estructura impositiva, pero las acciones populistas del presidente Eduardo Duhalde no son alentadoras. Ni tampoco su historial como gobernador de la provincia de Buenos Aires, desde 1991 al 1999. Duhalde aumentó mucho la nómina de empleados públicos, ocasionando grandes déficit.

Con protestas y violencia los argentinos expresan su descontento con los políticos El país comienza a perder su activo más valioso, los ciudadanos entrenados y educados. La emigración se disparará y aquellos que no emigren seguirán guardando miles de millones de dólares en ahorros en el exterior, a menos que el gobierno central y las provincias pongan sus finanzas en orden.

Gary S. Becker es premio Nobel de Economía y profesor de la Universidad de Chicago.

©AIPE

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