La identificación que los intervencionistas de todos los partidos establecen entre el recorte de la libertad individual y la primacía moral, probablemente la mayor patraña de la modernidad, tuvo desde siempre el resultado de debilitar las restricciones morales, políticas y hasta lingüísticas. Al final, como vimos esta semana hasta el cansancio, se puede decir cualquier cosa, y todo vale.
Por ejemplo, vale manifestarse en Barcelona contra “la Europa del capital”. Considerando que en Europa la mitad de la riqueza está directamente en manos de los políticos, que además indirectamente la controlan en un porcentaje muy superior, la pregunta es: ¿y cuánto más tienen que socavar las autoridades y los grupos de presión la libertad de los europeos para que haya manifestaciones contra “la Europa de la política”?
Un sindicalista de Comisiones Obreras, don Eugenio Santos, insistió en que uno puede tranquilamente ensuciar con pintadas las paredes de propiedad privada, porque esas pintadas son muestra de “libertad de expresión”. Análogo desconcierto afectó a varias autoridades económicas, como Ignacio Ruiz-Jarabo y Cristóbal Montoro, que aludieron a los dineros perdidos por RTVE como pago de un “servicio público”. No parecieron considerar ni por un momento el pequeño problema de los límites del poder político, que con esto del “servicio público” puede llegar a usurpar todo el dinero de los ciudadanos. A eso, probablemente, se refirió Jordi Sevilla al asegurar que sospecha de la privatización de las cajas de ahorro porque son “de todos”, como si la sociedad fuera mágicamente resumible en la política.
Cada cual tiene sus favoritos, y yo también. Esta semana brilló como nunca el dibujante Forges, genial representante del pensamiento único. Con una viñeta dedicada a las mujeres, asoció la globalización con “hambre, violencia y machismo”. Precisamente son tres características sobresalientes del mundo no globalizado.
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