Abel Posse, escritor y diplomático argentino, próximo embajador de su país en España, criticó en La Nación de Buenos Aires el “mercantilismo occidental paroxístico” y la aplicación “con ceguera de las fórmulas de la desnacionalización económica”, y atacó el “economicismo arrasador que se impuso a partir de 1989” y proclamó dramáticamente: “necesitamos un grito de afirmación más allá del laberinto del economicismo”. Es muy interesante que estas tonterías no las diga un ignorante ni un fanático sino un intelectual con fama de sereno, una persona formada y, según me han asegurado, talentosa y moderada.
Es, por tanto, aún más extraño que comparta la venerable patraña que censura de nuestra civilización precisamente lo que tiene de bueno: su prosperidad y su apertura. La “nacionalización” económica no sólo no ostenta mérito alguno si es impuesta por el poder, sino que es abiertamente perjudicial: en efecto, si es impuesta es porque es ineficiente y cara, dos deficiencias que las autoridades obligan al pueblo a pagar. No cabe por ello orgullo nacional genuino.
El mundo mercantil, el mundo del comercio, no conduce a ningún paroxismo porque no es obligatorio: en las sociedades abiertas hay tiendas pero uno no tiene por qué comprar en ellas. Lo hace si quiere. En cambio, cuando no se deja funcionar a la terrible economía mercantil, entonces la gente no compra cuando quiere sino cuando puede, y puede generalmente poco. De ahí que los pobres de la tierra, que serán pobres pero no mentecatos, quieren vivir precisamente en ese Occidente que Posse deplora.
Lo mismo vale para la boba crítica al economicismo, otra filfa de los enemigos de la libertad, que necesitan pintar a la gente como ilotas que sólo obedecen a los dictados de los siniestros poderes económicos –deben creer que cuando no hay economía de mercado la gente goza de amplias libertades (véase “Liberalismo y Economicismo”, La Ilustración Liberal, Nº 4, noviembre 1999).
Joan Manuel Serrat, con la misma manía de Posse y de todos los artistas que creen que por ser sensibles entienden mejor la sociedad, dijo que en la Argentina “las propuestas del Fondo Monetario Internacional y del capital sólo pasan por el dinero”. Ya se sabe, el dinero es una cosa asquerosa –qué notable el desdén que desde púlpitos y cátedras y tribunas sin fin se vierte sobre el dinero, como si fuera de por sí una cosa mala; no es, desde luego, lo que opinan los pobres, sobre todo los pobres argentinos.
En una increíble defensa del comunismo, el gran cantante desafinó y sostuvo que aunque sus críticos denunciaban a los países socialistas “porque la gente hacía cola para todo… en los países en los que ahora mandan ellos hay exactamente lo mismo que criticaban”. Mandan ellos, ¿quiénes?
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