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Andrés Freire

Sólo ataca uno de los bandos

La portada de La Razón del día 27 de Mayo movía a la esperanza: una foto sobre fondo blanco de Cándido Méndez y José María Fidalgo, que destacaba la innegable vis cómica de la pareja. Sobre ella, un titular llamativo: Los sindicatos ocultan el destino de miles de euros de las subvenciones del estado. Parecía anunciar la portaba el inicio de una descarnada campaña informativa en contra de los sindicatos. Éstos habían realizado un movimiento ofensivo desmesurado, al convocar huelga general en vísperas de la Cumbre Europea. Tras un acto hostil tan inmotivado, tan feo, los sindicatos no podían esperar piedad. Ansón, desde su periódico, iniciaba la andanada.

Sin embargo, la lectura atenta de la noticia acabó con nuestras esperanzas. No es que tuviera menos chica de lo que prometía la portada, sino que el origen de la información era un sindicato minoritario descontento y no, como esperábamos, una filtración desde el Gobierno. Grandes joyas sobre actividades sindicales tendrá el aparato del PP en sus archivos, pero no se decidía a utilizarlas para dañar la reputación de los sindicatos y debilitarlos. Ni siquiera en esta ocasión, con una huelga en la frente y un amplio sector de la población irritado con los huelguistas. (¡Qué rica en posibilidades una campaña de desprestigio contra Cándido Méndez, y su sueldo, chófer, viajes, prebendas...!)

Desde entonces, nuestras sospechas se han confirmado. El Gobierno ha renunciado al ataque. No sólo a las artes más oscuras de la comunicación política (la filtración interesada y medida, la campaña de desprestigio), sino también a críticas serias que cuestionen la legitimidad de sus rivales. Desde el PP se protesta lo que pretenden hacer los sindicatos, no lo que son. Siguen tratándolos como “los legítimos interlocutores sociales”, y nadie en el PP asume el papel de recordarle a la opinión pública que son organizaciones sin afiliados, protegidas por leyes injustas, financiadas con expolios, y que defienden a los suyos, los de los viejos contratos, a costa de los recién llegados al mercado laboral.

No sólo carece de ataque el PP, sino que también yerra en el modo de plantear la estrategia de defensa: unos cuantos ministros que dicen que la huelga es injustificada. Deberían haber tenido en cuenta que se dirigen a españoles, gente hostil en su mayoría a los principios del liberalismo (nada ha hecho el PP para modificar su actitud), y a la que no es difícil convencer de la necesidad de protestar contra el que ostenta el poder. Olvidan también los ministros que no es lo mismo la numerología macroeconómica que la percepción subjetiva de cada uno de los ciudadanos. Y que trabajar en un call-center no implica estar satisfecho con tu vida laboral.

El flanco descubierto por los sindicatos, aquello que es difícilmente justificable de cara a la opinión pública, es la fecha elegida. No vivimos en España una situación de crisis tal que sea comprensible una huelga en el momento que más daña la imagen del país. Y esto no es sólo frase hecha. Recuérdese, por ejemplo, lo mucho que lastró a Atenas en su lucha por la candidatura de los JJOO la costumbre de los sindicatos griegos de parar el país durante los fastos internacionales.

Además, es importante incidir en la variable “sevillana” de esta decisión sindical, pues Sevilla y, por extensión, Andalucía serán las principales damnificadas por la huelga general. Durante los días de la Cumbre, los periodistas europeos no escribirán la obligada columna sobre los maravillosos encantos de la ciudad, sino que dedicarán ese espacio a explicar a su lectores la pobreza estructural del Mezzogiorno español. Ante esto, el PP se limita a preguntarle a Chaves sobre su grado de apoyo a la huelga. La polémica debería ser otra: ¿Por qué Manuel Chaves —él, que es de los pocos que está en condiciones de hacerlo— no forzó a los sindicatos a que buscaran otra fecha para su huelga general? Dicho en castizo: ¿por qué Chaves ha permitido que le dieran una patada a Aznar en el culo de Sevilla? Sobre esa fecha, sobre ese apoyo, debería haber recaído ataque tras ataque por parte del Gobierno y sus afines.

Sin embargo, desaprovechadas por el PP muchas de las oportunidades de distracción que el contexto ofrecía, el protagonismo del debate político recae estos días en polémicas colaterales —ley de huelga— y en la demagogia impúdica y dicharachera de Cándido Méndez. Los líderes sindicales, lejos de estar a la defensiva, se permiten incluso feos insultos sobre el gobierno Aznar. A ellos, por cierto, sólo les responde con contundencia el propio Aznar, repitiéndose uno de los patrones de lo que ha sido la comunicación gubernamental del PP. José María Aznar se lanza a la arena con duras palabras, y sus ministros y portavoces, en vez de seguirle, se muestran tímidos, cuando no compadrean con el enemigo.

Por todo ello, a los sindicatos no les resultará difícil vender como un éxito lo que ocurra el día de huelga. Se bastan con cerrar los transportes, hacerse notar en los medios de comunicación públicos y presionar sobre Madrid, donde viven los periodistas. El Gobierno, por supuesto, responderá que fue un fracaso y que en muchos sectores apenas se notó. El resto leerá en lo ocurrido el mensaje que quiera extraer. Los sindicalistas regresarán a sus cuarteles de invierno —en este caso, a sus puestos de liberados— sin haber recibido el desgaste y castigo que merecían por su acción desleal del 20 de junio. Y Aznar, que es vengativo, pondrá en su lista negra a Méndez y Fidalgo, pero ¿seguirá importando eso después del verano?.

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