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José Ignacio del Castillo

Ojo con las estadísticas

Le ha faltado tiempo a la pseudo-progresía española para airear los resultados del Informe sobre desarrollo humano 2002 que la ONU hizo públicos el pasado martes día 23 de julio y que, aparentemente, no arrojan buenos resultados para España. Como es costumbre en todo informe de este organismo, infiltrado de socialistas hasta el tuétano, aparece la consabida cantinela de la desigual distribución de los ingresos: “En España el 20% más rico posee el 40,3% de los ingresos mientras que el 20% más pobre sólo cuenta con el 7,5%”. Lo que más ha alarmado a nuestros “desinteresados amigos de los pobres” es que España haya pasado en el año 2002, a ser el noveno país de la UE con mayores diferencias entre ricos y pobres, cuando en 1999 era el más igualitario.

Pero, ¿es realmente tan alarmante esta desigualdad? ¿Será verdad que España va bien sólo para los de siempre? ¿Está socavando el gobierno del PP la “cohesión social”? Finalmente, ¿es la igualdad económica siempre y en todo caso un valor absoluto? Más ampliamente ¿es tan siquiera un valor, que debe prevalecer sobre otros principios morales y de justicia? Echemos una ojeada a todo lo que no se dice al mencionar la susodicha estadística.

En primer lugar, la estadística habla del 20% con más ingresos y del 20% con menos. Eso sí, se preocupa de ocultar oportunamente que está referida a hogares y no a personas. Con ello trata de eliminar las primeras salvedades evidentes que cualquier lector informado puede inferir. Ceteris paribus (a igualdad del resto de circunstancias), los hogares con dos o más preceptores de ingresos aparecerán en lo alto de la pirámide de ingresos, en tanto que aquellos con una sola fuente, quedarán en la parte inferior. De esta forma si un joven vive en el hogar de sus padres pertenecerá al 20% más rico, pero en cuanto se emancipe caerá al estrato más bajo. Seguro que no es precisamente eso lo que el lector tenía en mente al leer la noticia.

Que la estadística se refiera a hogares y no a personas tiene también otros efectos. El número de personas que componen cada hogar no es homogéneo. No tengo los datos de esta última estadística referida a España, pero una estadística similar realizada en EE.UU. mostraba que en el 20% de los hogares con más ingresos vivía más del 30% de la población, mientras que el 20% de los hogares con menos ingresos albergaba tan sólo al 12%. Las personas alcanzan sus mayores niveles de ingresos a una edad madura y por entonces suelen tener su familia, niños incluidos, ya bastante establecida. Los jóvenes recién emancipados y los ancianos, con ingresos más bajos, suelen vivir tan sólo con sus parejas o incluso en solitario. Los primeros no han tenido aún tiempo, ni perspectivas claras para incrementar sus hogares, en tanto que los segundos ya han visto partir a su prole. No es seguro que un soltero que vive en un apartamento, esté mucho peor que una familia con cuatro o cinco hijos en la que ambos padres y quizás hasta algún hijo adolescente se vean obligados a trabajar. Si en nuestro ejemplo, suponemos que los padres ganan 225.000 ptas. netas cada uno, el chaval 100.000 y el joven soltero 150.000, tendríamos que el hogar más rico dispone del 81,25 por ciento (más de las cuatro quintas partes) de los ingresos, en tanto que el más pobre solo obtendría el 18,75. ¡Terrible distribución de renta en verdad!

El hecho de que los ingresos que obtenemos a lo largo de nuestra vida no constituyan un flujo anual homogéneo, sino que, por el contrario, solemos empezar con salarios o ingresos modestos para ir incrementándolos conforme vamos ganando experiencia, calificación y ética de trabajo, es otro punto que la estadística omite por completo. La mayor parte de los que hoy aparecen en los sustratos superiores son los mismos que hace años estaban en estratos más bajos. Quien esté hoy ganando medio millón de pesetas al mes o incluso un millón, sólo tiene que hacer un poco de memoria y recordar sus inicios o en el peor de los casos, los de sus padres o abuelos. Es decir la estadística no nos dice nada de las personas de carne y hueso. Unos estudiosos de la Universidad de Michigan se ocuparon de comprobar cuántas de las personas que integraban el 20% de los hogares pobres en una estadística similar que se realizó en EE.UU. a finales de los años 70, continuaban en dicho estrato diez años después. El resultado arrojó que menos del 10% seguían en esa situación. En otras palabras sólo un 2% del total había permanecido en el estrato inferior durante más de diez años.

Sigamos. El hecho demográfico más relevante ocurrido en España en los últimos años ha sido el brutal incremento del número de inmigrantes recibidos. Estos inmigrantes suelen estar poco cualificados, al principio vienen solos y suelen ocupar los puestos de trabajo menos atractivos para los nacionales, que por otra parte suelen coincidir con los peor retribuidos. Que España ha dejado de ser un país homogéneo para empezar a convertirse en multirracial y casi hasta multicultural, es algo que suele gustar mucho a nuestra progresía. Que ello conlleva un incremento en la desigualdad de ingresos en España es algo que sólo a alguien poco perspicaz o carente de buena fe, se le puede pasar por alto. Cuando el Informe de la ONU coloca a los daneses como paradigma del igualitarismo, seguramente les está agradeciendo que tengan la política inmigratoria más restrictiva de Europa. Ya saben los inmigrantes que vienen a España a trabajar y prosperar –y que no pueden ir a Dinamarca a hacer lo mismo– que la mejora real que están obteniendo en España es, para la ONU y para el diario El País, tan sólo regresividad social. Los que no recibieron el visado danés seguro que se consuelan al saber que el modelo social escandinavo sigue liderando las estadísticas de la ONU.

Existen muchos otros puntos que hacen que las estadísticas de este tipo sirvan para poco. Por ejemplo, no es lo mismo los ingresos que se tienen que la renta que se consume. Los hogares más ricos son también los que más ahorran y los que permiten que sigan creciendo la inversión, la acumulación de capital y los sueldos de todos nosotros. Salvo que pretendamos comernos la simiente y no plantar en años venideros (algo muy soviético por otra parte), siempre habrá una parte de la renta que no se podrá redistribuir físicamente para el consumo de los menos acomodados. Los que todavía pretenden que ese ahorro “social” lo puede realizar el Estado, tienen complicado explicar qué ventajas tiene que los políticos sean los que se apoderen de la riqueza que han producido unos particulares. Tampoco parecen haberse enterado de que semejantes prácticas socialistas ya han sido probadas sobre un tercio de la humanidad durante más de medio siglo con resultados de los que mejor sería no acordarse.

Finalmente, pero no menos importante, la desigual distribución de ingresos, además del factor suerte, es también resultado de la diferente forma de gobernarse y de encarar la vida. Seguramente los casos de pobreza real que hay en España tendrán mucho más que ver con patologías como la drogadicción y el alcoholismo, los hogares disfuncionales, las enfermedades mentales o los hábitos asociados a lo que podemos considerar “mala vida” que con la política económica de tal o cual gobierno. Claro que esa conclusión no dejaría en muy buen lugar a todos los que dedican sus vidas a socavar las ideas de responsabilidad y esfuerzo individual, paternidad responsable y a mofarse de virtudes como la prudencia, la templanza, la fortaleza y la auténtica justicia que no es dar a todos igual, sino a cada uno lo suyo.

En resumen, que estadísticas como la de la ONU sólo sirven para hacer demagogia barata e incrustar en la mente de los lectores desprevenidos falsas ideas respecto a las maldades intrínsecas del sistema económico y social. Rectifico. Sirven además para que gobernantes, políticos y demás aláteres tengan una coartada con qué justificar sus cada vez más omnímodos poderes y los brutales niveles de presión fiscal a los que someten a la ciudadanía en aras de una supuesta redistribución “más justa” de la riqueza.

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