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Proclamó Carmen Alborch: “La izquierda nunca ha creído que la cultura fuera una mercancía”. Y Manuel Escudero deploró la existencia en el mundo de “dos rasgos complementarios, inspirados en un zafio y dogmático neoliberalismo económico: la ausencia de regulaciones y la falta de integración económica y social”.

El odio a las mercancías es el odio a la libertad, característica fundamental de las mercancías que, como se sabe, son cosas que se compran y se venden si hay quien quiera hacerlo, y si no, no. Si la cultura es una mercancía, el pueblo trabajador puede elegir pagarla o destinar su dinero a otro uso. Esa presión es lo que induce a los oferentes a presentar mercancías buenas y baratas, en beneficio de todos.

Ahora veamos el paraíso de Carmen Alborch: la cultura, loada sea la izquierda, ya no es una mercancía. Bravo, bravo. Pero si los productores de cultura no cobran, no la producirán. Es decir, para que haya cultura es necesario que cobren, lo que nos deja sólo con una alternativa, porque doña Carmen, amor mío al Alborch, rechaza las mercancías y su pago libre, con lo cual resulta que lo que está pidiendo es que el pago no sea libre. Para que haya cultura y ésta no sea la odiada mercancía, el poder político deberá obligar a los trabajadores a que la paguen, lo quieran o no, les guste o no. Los incentivos a ahorrar costes y a satisfacer la demanda del público desaparecen y se instala el despilfarro, la cultura de la subvención y la arbitrariedad política más o menos corrupta. Doña Carmen debe ir por ahí pensando que es progresista. Curioso.

También es curioso lo de don Manuel, que cree seriamente que por culpa del zafio liberalismo vivimos en un mundo sin regulaciones y sin gasto público, que es lo que piden los socialistas cuanto claman por más “integración económica y social”. La pregunta es ¿en qué mundo vive el profesor Escudero? ¿no ha visto el BOE, no ha visto las cifras de los presupuestos, de los impuestos, los gastos y la deuda públicos? ¿dónde está ese presunto liberalismo que al parecer no ha dejado del Estado piedra sobre piedra?

Y la inquietante conclusión es: las regulaciones que tenemos, los impuestos que tenemos, este mundo con tantos permisos como libertades, le parece a don Manuel un anárquico y vulgar liberalismo, que lógicamente debemos deducir que hay que corregir con más regulaciones y más impuestos: eso no será zafio ni dogmático, no.

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