La Guerra Fría la ganaron tres grandes personajes que coincidieron en beneficio del mundo entero: Ronald Reagan, Margaret Thatcher y el Papa Juan Pablo II. Luego de esa histórica victoria del capitalismo y la libertad individual, se esperaba un verdadero renacimiento mundial y el desborde de la riqueza occidental hacia el resto del mundo. No ocurrió así. Los partidos marxistas y socialistas se cambiaron de nombre, asumiendo disfraces ambientalistas, globofóbicos y de la llamada “tercera vía” para combatir el libre mercado y minar las bases de la seguridad jurídica, de la igualdad ante la ley y de los derechos de propiedad.
Otra inmensa decepción ha sido el fracaso de la democracia latinoamericana en revertir el empobrecimiento del hemisferio. Las victorias electorales se han basado en demagogia, en ofrecer regalos a los votantes a cambio de su apoyo. Las nuevas constituciones en América Latina son colecciones de mentiras y promesas de los políticos, totalmente imposibles de cumplir, con lo cual sólo se ha logrado diseminar resentimiento y desconfianza. Tan malos y corruptos son los gobiernos democráticos en América Latina que hemos olvidado lo malo que fueron casi todas las dictaduras militares.
Estamos, además, sufriendo de una sorprendente falta de convicciones en Washington. Sigue siendo cierto aquello de que cuando Estados Unidos estornuda, América Latina sufre de pulmonía. Durante los primeros meses de la administración Bush parecía que se procedería a solucionar la larga lista de terribles errores de la política de Estados Unidos hacia América Latina en los ocho años de Clinton. Pero el 11 de septiembre cambió todo. Latinoamérica fue nuevamente relegada y se ha dado marcha atrás inclusive en las muy pocas políticas que parecían haber sido rediseñadas por los asesores económicos de Bush.
El Departamento del Tesoro y el FMI le están ofreciendo 30 mil millones de dólares en créditos al Brasil. Con ello continúan la desastrosa política del ex secretario del Tesoro Rubin, quien en cada ocasión salió a la carrera a ofrecer créditos al tercer mundo para evitar que sus colegas banqueros y financistas de Wall Street tuvieran que asumir pérdidas. Se trata de un vil acomodo que aparenta ayudar a los brasileños, pero que sólo le evita a los grandes bancos de Estados Unidos asumir pérdidas por sus créditos de alto riesgo en América Latina. Los grandes bancos americanos renovarán los créditos, a tasas más altas y quienes pagarán serán varias generaciones de latinoamericanos que nacerán endeudados sin haber ellos disfrutado de la piñata.
Eso nada tiene que ver con capitalismo, pero es que cuando se trata de América Latina el mercantilismo corrompido parece ser aceptable en Washington.
Las políticas comerciales de Washington hacia América Latina también reflejan desdén y desprecio. Es posible que los burócratas de la administración Clinton, nublados por su intervencionismo, no supieran lo que realmente conviene a América Latina, pero ese no es el caso de los asesores económicos de Bush, quienes adelantan un doble discurso. Por una parte dicen favorecer el libre comercio y por la otra imponen barreras a las importaciones de acero, textiles, alimentos y madera, productos en los que varios países latinoamericanos gozan de ventajas comparativas.
A nivel individual, el gobierno de Estados Unidos le está haciendo difícil la vida a cientos de miles de latinoamericanos, quienes por décadas visitan este país, donde muchos tienen casas y apartamentos, inversiones e hijos estudiando. Los consulados tratan mal a quienes aplican por una visa, se la niegan a gente que lleva años viniendo periódicamente de compras y de vacaciones. Lo último que oí es que en Florida le renuevan las licencias de conducir a extranjeros no residentes sólo por el lapso de su estadía. Es decir, la próxima vez que vengan se les dificultará alquilar un auto y cambiar un cheque.
¿Por qué la administración Bush trata a los latinoamericanos como enemigos? Muchos de ellos fueron víctimas también el pasado 11 de septiembre, ninguno victimario. Muchos de ellos tienen familiares en Estados Unidos, quienes en las próximas elecciones pensarán que los demócratas son más amigos de Latinoamérica que los republicanos.
Yo, personalmente, tenía grandes esperanzas que Otto Reich, nacido en Cuba, conocedor de la realidad latinoamericana y de las ventajas del capitalismo, procediera a hacer la diferencia en un Departamento de Estado tradicionalmente dominado por izquierdistas, como la embajadora Prudence Bushnell en Guatemala, quien declaró la guerra a los defensores del libre mercado en ese país.
Lo único que puede revertir el derrumbamiento de América Latina es que Estados Unidos elimine unilateralmente todas las barreras a las exportaciones del hemisferio. Pero para ello hay que creer en el capitalismo y la administración Bush no está dando indicaciones de ello.
Carlos Ball es director de la agencia AIPE y académico asociado del Cato Institute.
© AIPE
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