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George Melloan

Teoría necia que persiste

Hace 30 años, un grupo de teóricos publicó un documento casi tan subversivo como “Das Kapital” o el librito rojo de Mao y con intenciones similares. Se llamó “Límites del Crecimiento: Informe del Proyecto del Club de Roma sobre la Difícil Situación del Mundo”. Los autores tenían un objetivo similar al de Marx y Mao: obligar a los estúpidos habitantes de la tierra a convertirse en mejores personas. Una, Donatella Meadows, admitió que salvar al planeta requeriría “una revisión fundamental del comportamiento humano y del tejido mismo de la sociedad actual”.

La necesidad que la humanidad entera sea más comedida, menos lasciva y más respetuosa de los derechos de los animalitos se basaba en las conclusiones del Club de Roma respecto a que la gente está destruyendo el planeta. La advertencia hizo eco porque poco antes habíamos visto la primera fotografía de la tierra tomada desde el espacio. Aparecía diminuta y como Jeremías lo anunció hace muchos siglos, los profetas del fin del mundo hacen que la congregación se despierte.

Jimmy Carter, luego de leer “Límites del Crecimiento” se presentó muy bien abrigado en la televisión, a fines de los 70, para decirle a los americanos que la escasez energética que entonces sufrían era buena para el alma. No le creímos. Y Ronald Reagan, anunciando la desregulación energética y políticas para restaurar el crecimiento económico hizo que Carter se retirara en 1980. Las investigaciones de economistas, demógrafos y científicos serios pronto desprestigiaron completamente las teorías del Club de Roma, comprobando que no hay peligro de que el mundo se quede sin energía o sin agua y que el desarrollo económico y tecnológico es algo positivo, no negativo.

“Límites del Crecimiento” fue descartado, pero sus teorías se extendieron por metástasis, creando una variedad de organizaciones que exigen regulaciones para controlar una serie de “problemas”. Los peligros que perciben surgen de los instintos bajos de la humanidad: el placer de manejar autos, de disfrutar del sexo y de la calefacción. Insisten que los funcionarios cierren fábricas y destruyan puestos de trabajo para evitar el “recalentamiento”. La prohibición del freón, promovida por la ONU, costó inmensas sumas al tener que adaptarse equipos y aires acondicionados a otras sustancias refrigerantes, a pesar que la base científica para ello era tan débil como la del recalentamiento terrestre. Otras prohibiciones, como la de limpiar la maleza en los bosques ha producido desastrosos incendios forestales en Estados Unidos.

Los burócratas de las agencias de “protección” ambiental, la ONU y las instituciones multilaterales como el Banco Mundial se han dado cuenta que la instrumentación de tales ordenanzas implica aumentos en su personal. Y manejar al mundo puede ser una embriagante experiencia, especialmente si usted está anónimamente escondido tras una institución reguladora y no tendrá que asumir responsabilidades por errores monumentales como los incendios forestales. También puede contar con el beneficio de la duda por parte de las elites parlanchinas que se alimentan de las predicciones de fin de mundo, sin darse cuenta del daño que hacen los supuestos salvadores. Inclusive poniendo en duda sus motivos, sabiendo que sus estadísticas son falsas y su juicio equivocado, ven sus propósitos como puros.

Con todo esto explico el festín patrocinado por la ONU en Johannesburgo, donde el gobierno de Sudáfrica –no exactamente nadando en dinero– es anfitrión de 100 jefes de estado y 60 mil delegados a la “Cumbre Mundial de Desarrollo Sostenible”. La ONU comenzó con estos espectáculos en Río de Janeiro hace diez años.

No vaya a creer que se trata de desarrollo económico. Se trata de desarrollo “sostenible”, o sea desarrollo económico frenado por las limitaciones del Club de Roma. Según una información de prensa del Banco Mundial, la Cumbre tratará de “alcanzar un acuerdo sobre las medidas a tomar para asegurarnos de que el crecimiento que reduce la pobreza no se logrará a un costo exagerado para las generaciones futuras”. Es decir, inventarán nuevas restricciones a los esfuerzos humanos de ganarse la vida. Si usted es un sudafricano pobre, no espere ayuda de esa gente, a menos que alguno quiera que le limpie los zapatos.

Esta reunión fue precedida por la propaganda acostumbrada por la ONU, que se aprovecha de una prensa sedienta de espantosas advertencias, aunque ha decaído el miedo por el recalentamiento. Esa invención de la ONU de hace algunos años fue acogida por muchos reporteros que querían alertar a sus lectores sobre una nueva “crisis”. Pero las predicciones del tiempo dentro de 100 años son un chiste y los comediantes ya las utilizan en sus programas cómicos, lo que suele significar que pronto desaparecerá tal “crisis”. Por ello, el Banco Mundial y los otros necesitan una nueva crisis para la Cumbre. “Nos estamos quedando sin agua” es el nuevo alarido.

Eso no es así. El 70% de la tierra está cubierto por agua y seguirá así porque el agua no se evapora hacia el espacio. Claro que hay regiones con problemas de agua –en Europa central actualmente hay exceso de agua– a medida que cambian los patrones del tiempo, como suele suceder sin permiso de la ONU. Pero aún en las regiones secas, la desalinización es ahora una opción. Y se podría conservar el agua si los gobiernos no subsidiaran el riego, pero ese es un problema de intervención gubernamental, no de libertad económica.

A la gente le ha ido bastante bien en los 30 años desde el alarmismo del Club de Roma, principalmente porque el instinto natural es preferir la libre iniciativa y el libre comercio por encima de las teorías dirigistas de la clase acomodada. La producción alimenticia ha crecido mucho más que la población y la globalización de la industria y de las finanzas han creado millones de puestos productivos.

George W. Bush, por cierto, decidió no asistir a la Cumbre, por lo que el New York Times lo regañó.


George Melloan es columnista del Wall Street Journal, diario donde fue publicado originalmente este artículo y autorizó la traducción de AIPE.

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