Tras fracasar en su intentona de extender la revolución comunista por Alemania, Austria, Inglaterra y el resto de países capitalistas occidentales, los bolcheviques cambiaron la estrategia directa por la indirecta en sus afanes de dominación mundial. En un discurso pronunciado ante el Segundo Congreso de la Internacional Comunista el 19 de julio de 1920, Lenin presentó el nuevo paradigma para la revolución. La vieja división marxista de “clases oprimidas y opresoras” en el Occidente capitalista que no había producido la ansiada revolución internacional, quedaba reemplazada por una nueva división entre naciones. Por un lado las “ricas y opresoras” por otro las “pobres y oprimidas” Según Lenin, en 1920, mil doscientos cincuenta millones de personas en las colonias vivían oprimidas. Otros 250 millones de habitantes de países destruidos por la guerra habían caído “bajo la dependencia económica de los EEUU” Sólo 250 millones vivían en países capitalistas avanzados y estaban beneficiándose de esta partición del mundo. Lenin concluía: “Desearía que memorizaseis este cuadro del mundo, pues todas las contradicciones fundamentales del capitalismo, del imperialismo, que están llevando a la revolución.... están conectadas con esta división de la población mundial”. La idea de la división de países entre opresores y oprimidos quedaba convertida así en la piedra angular de toda la estrategia bolchevique. Como los obreros norteamericanos e ingleses preferían comprar automóviles y acciones en vez de hacer la revolución, la nueva carne de cañón pasaban a ser los campesinos asiáticos y los negritos de África. Su suerte iba a mejorar notablemente sustituyendo a sus gobernantes occidentales por preclaros revolucionarios como Mao, Pol Pot, Idi Amín, Nkrumah, Mugabe, Obiang...
Por entonces, la vieja clasificación marxista entre burgueses y proletarios y el concepto mismo de plusvalía, ya había sido demolida tanto en el terreno teórico (Böhm-Bawerk había publicado su insuperable refutación de la teoría de la explotación en el Volumen I de Capital e Interés, casi cuarenta años antes) como en el práctico (EEUU ofrecía al mundo el ejemplo del sueño americano). A día de hoy, sostener la falaz división entre naciones ricas y opresoras y pobres y oprimidas sólo puede hacerse desde el más rancio leninismo, ignorando a la vez las evidencias empíricas y los trabajos de teóricos como P. T. Bauer o Deepak Lal.
Escribía Bauer en su excelente Crítica de la teoría del desarrollo (Ariel, 1975 y Orbis, 1983) que si miramos cualquiera de las estadísticas que permiten medir el bienestar en una nación: expectativa de vida media, renta per cápita, nivel de alfabetización, acceso a agua potable, etc. nos encontramos con una sucesión más o menos continua (no fracturada claramente a la altura de ningún país en concreto) de naciones con distintos valores en cada clasificación. La línea de separación entre ricos y pobres acaba estableciéndose siempre de forma implícita y vaga, y además ambos conjuntos varían su composición de un periodo a otro para así ajustarse a los designios de los que las presentan. Es difícil saber si naciones como Chile, Costa Rica, Malasia, Uruguay o Turquía pertenecen al grupo de naciones ricas o pobres. Naciones que en otros tiempos seguramente estaban consideradas como ricas como Argentina hoy ya se encuentran en una situación más difusa. Corea (la del Sur se entiende) que en 1910 tenía la misma renta que Sudán, es hoy más próspera que Checoslovaquia, que antes de ser devastada por el comunismo, competía con Inglaterra y Alemania en niveles de desarrollo industrial. Los españoles emigraban en los años 50 a Cuba y Venezuela, naciones que hoy son la sombra de lo que fueron, devastadas por el socialismo, la hiperinflación, la corrupción política y la demagogia. Ex colonias como Singapur y Hong Kong aventajan notablemente en 2002 en sus niveles de bienestar a la antigua metrópoli, Gran Bretaña. Dentro de la supuesta clasificación-brecha mundial, ¿dónde situamos a Arabia Saudita?. Países incluidos dentro del grupo de los “pobres y oprimidos” tienen en muchos casos mayores diferencias entre sí que los incluidos en grupos distintos. ¿A quién se parece más Méjico? ¿A Laos o a Portugal?
Si imposible es clasificar con consistencia a los países entre los que “tienen” y los que “no tienen”, cuando entramos a analizar la composición interna de cada país, la engañifa se hace todavía más evidente. Las regiones más deprimidas de Italia seguramente están por detrás en niveles de prosperidad de ciudades como Monterrey. El nivel de renta de la perseguida minoría china en Indonesia es probablemente superior al de muchos europeos. Los chinos fueron acusados en Indonesia de haber acumulado las tres cuartas partes de la riqueza de la nación, a lo que algún economista contestó con notable ingenio: “Acusar a la minoría china de ostentar la mayor parte de la riqueza de Indonesia, es como acusar a los pájaros de poseer la mayor parte de los nidos del planeta. Suele ocurrir que los que crean las cosas tienden a poseerlas”. Claro que las enormes diferencias de renta dentro de muchos de los países más atrasados no se deben a diferencias culturales y de disposición frente a los negocios, sino a la pura explotación política. Las obscenas diferencias entre la vida que disfruta la nomenclatura cubana que habita Miramar y los guajiros y “antisociales” (léase antisocialistas) que cortan caña no tienen mayor fundamento que un sistema tan tiránico y opresivo como ineficaz.
Si todavía conservaran un mínimo de vergüenza, los burócratas de la ONU, así como las ONG y sus voceros en los medios de comunicación, empezarían por leer la Crítica de la teoría del desarrollo de P. T. Bauer o a Lee Kwan Yew, padre del milagro de Singapur, que explica cómo pasó su país Del tercer al primer mundo. Claro que lo suyo es aclamar a genocidas tardo-leninistas como Mugabe, Chávez o Castro y seguir aportando su cuota de ayuda al movimiento terrorista internacional que todos estos tiranos patrocinan. Ochenta años después de sus desvaríos, la momia de ese sagaz economista y enorme estadista que fue Lenin goza de perfecta salud. En la ONU por supuesto.
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