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Hablemos de dirigentes del PSOE, pero no de los más célebres Rodríguez Zapatero y Sevilla, sobre cuyos dislates ya editorializó este periódico. Don Rafael Simancas, aspirante socialista a la Comunidad de Madrid, famoso por haber declarado que esperaba convertir a Madrid en una “zona roja”, sigue acumulando méritos para ser remitido a toda prisa al archivo de ídem. Esta semana se comprometió a no autorizar ninguna nueva gran superficie en Madrid “hasta comprobar que no va a afectar al pequeño comercio del entorno”.

Aquí hay dos distorsiones. En primer lugar, una espectacular arrogancia, porque este buen señor no tiene forma de saber cuáles son los efectos de una nueva empresa; de hecho, no los conocen ni los empresarios, que son los que precisamente arriesgan su dinero en aventuras de desenlace incierto. En segundo lugar, y es una monstruosa desviación en un socialista ¿por qué cree don Rafael que su principal preocupación debe ser el efecto que un empresario produce en otros empresarios? Lo lógico sería que un socialista atendiera ante todo al interés de la mayoría, que son los trabajadores-consumidores, y dejara que los empresarios compitieran libremente para ofrecer a los ciudadanos bienes y servicios buenos y baratos. Con su frenesí planificador, Rafael Simancas muestra la peor cara del socialismo, soberbia porque pretende conocerlo todo, y reaccionaria porque sacrifica el interés general ante los grupos de presión.

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