El hombre sesea, le falta un dedo y hay quienes aseveran que también le falta un tornillo desde sus días de tornero metalúrgico y agitador sindical. Pero si los mercados no lograron cerrarle el paso a la presidencia del Brasil, debe haber una razón.
La ortodoxia sostiene que Brasil estaba camino a la prosperidad gracias a políticas de “libre mercado”. La inflación fue hachada hace una década, luego vino la liberalización comercial y finalmente la privatización, que trajo 100 mil millones de dólares de inversión, buena parte extranjera. Pero lo cierto es que las reformas de mercado fueron mercantilistas y no beneficiaron a los pobres. El resultado fue un crecimiento anual de 2,6 por ciento, mientras que la acumulación de capital, indicador significativo de largo plazo, experimentó un tímido crecimiento de 2,3 por ciento. El saldo humano habla por sí solo: 60 millones de personas viven en la pobreza, marginados por una concentración de poder que da al 10 por ciento de la población el control del 80 por ciento de la riqueza.
Sobre esta cruel realidad se abatieron últimamente las siete plagas de Egipto. Debido a la pérdida de confianza de los inversionistas, la moneda perdió un tercio de su valor, las tasas de interés alcanzaron el 40 por ciento y la deuda pública se disparó a 260 mil millones de dólares. No hubo suspensión de pagos por el “rescate” del FMI, pero ella todavía está en el aire.
En sus tres intentos anteriores, “Lula” perdió porque la gente le tuvo miedo. También en esta elección se temió su pasado radical, su falta de experiencia gerencial, su crítica de la globalización y su escepticismo respecto al ALCA, que el presidente Bush quiere tener lista en el 2005 (“Lula” acusa a Estados Unidos de doble discurso por las barreras comerciales que aplica al acero, el azúcar y los cítricos, productos que Brasil quiere exportar a ese mercado).
Pero ahora es “Lula” quien no debe temerle a un cambio radical. Ese cambio no debe, desde luego, desbaratar las reformas de los años 90, resucitar el corporativismo de los años 30, volver a la industrialización de los años 50 y 60 a través de la sustitución de importaciones o repetir las falsas políticas liberales del militarismo en los años 70.
Esas políticas, sumadas a una economía de enclaves por las plantaciones de café en la era colonial y los obstáculos a la pequeña y mediana propiedad en el siglo XIX, han hecho de Brasil una sociedad de ciudadanos de dos categorías.
Si “Lula” es radical en su afán por quebrar los intereses creados de los caciques regionales, reducir el gasto público por debajo del 40 por ciento del PBI y dejar de conceder derechos de propiedad exclusivos a cambio de apoyo político, Brasil se disparará. Y la turbulencia financiera se acabará porque el déficit de 4 por ciento mudará en superávit, los intereses caerán y la deuda se resolverá sola.
Es cierto: “Lula” soportará presiones feroces de empleados públicos y trabajadores fabriles, sus dos sostenes populares. Tiene cómo satisfacerlos. Se trata de permitirles acceso a la propiedad. Por ejemplo, convirtiendo el sistema de reparto de la Seguridad Social, que consume 20 mil millones de dólares, en un sistema de capitalización con cuentas de ahorro individuales. Por ejemplo, difundiendo el accionariado de empresas bajo control estatal como Petrobrás. Por ejemplo, creando un clima propicio al empleo, con menos impuestos laborales, más flexibilidad en el despido y menos negociación colectiva por rama. Por ejemplo, cediendo títulos de propiedad sobre terrenos del Estado a esos 5 millones de campesinos “sin tierra” que llevan 20 años luchando con los grandes propietarios y con el Estado.
¿Y qué ocurre si “Lula” decide ser radical de signo contrario? Sería mejor que si el presidente electo optara por no ser radical en nada. Porque si, como ha prometido, eleva el salario mínimo y el gasto a través de un programa intensivo de vivienda sin tocar la estructura del Estado, Brasil entrará en suspensión de pagos, como Argentina, y varios “Lulas” latinoamericanos habrán quedado sepultados antes de ser gobierno.
Si, en cambio, paralizado por la presión contradictoria de su base popular y de Wall Street, se vuelve un “moderado”, satisfecho con timonear un barco que se hunde, el colapso sólo se postergará un tiempo, pero para entonces una opción populista de tipo más radical habrá surgido, acusando a “Lula” de haberse vendido a los mercados financieros y a Estados Unidos.
Así que hay tres opciones: ser radical permitiendo al pueblo libertad, mediante el capital y los derechos de propiedad; ser radical populista y hundir al Brasil, acaso abriendo camino a un próximo presidente radical del buen tipo, o simplemente no hacer ninguna reforma y engendrar un “Lula” mucho más grave en el futuro.
Álvaro Vargas Llosa prepara un libro con el auspicio del Independent Institute sobre las reformas de América Latina en los años 90.
© AIPE
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