Otrora locomotora, Alemania se ha convertido bajo el gobierno rojiverde de Gerhard Schroeder en el hazmerreír de Europa. En un video que es superventas en el país teutón, el muñecote de Gerhard Schroeder, con la voz en off de un showman de cabaret, parodia al ya que puede considerarse el peor canciller de la historia de la República Federal. Mientras arroja la Constitución a la basura, el muñeco hace mofa: “Esto es lo bueno de la democracia. Me habéis elegido y ahora no me podéis echar”. “Voy a poner impuestos por todo. Hasta por teñirse las canas. Bueno ese no, que si no lo tengo que pagar”...
Pese a las protestas de los políticos, el vídeo sólo refleja realidades. Alemania declaró esta semana el estado de emergencia económico que su Constitución prevé para el caso en que el déficit presupuestario supere en importe al volumen total de inversión pública. Para entendernos, emergencia es que el Estado tenga que pedir prestados los ahorros de sus ciudadanos para hacer frente a unos gastos corrientes que sólo representan consumo público. Más claro todavía, el Gobierno alemán se come la simiente. Justo igual que cuando comenzó la hiperinflación de Weimar.
Para corregir el desequilibrio en las cuentas públicas, el Ejecutivo de Schroeder ha anunciado más impuestos, de momento a las plusvalías de acciones e inmuebles y también mayores contribuciones a la Seguridad Social que deberán soportar los empleados. No estaría de más recordar al Canciller que no existe ninguna escuela económica –keynesiana, monetarista, austriaca, de la oferta– que recomiende una subida de impuestos en plena recesión. Tampoco estaría de más aconsejarle que lea un poco de historia económica. Con suerte aprenderá que un presidente de los EEUU llamado Herbert Hoover hizo lo mismo que él hace setenta y dos años, precipitando con ello la mayor depresión de la historia.
Lo malo no es que la locomotora llevé parada cuatro años. Ni siquiera que el número de parados pase ya de cuatro millones. Lo realmente catastrófico es que el show rojo continua. Como dicen en el cabaret. “Todavía no han visto nada”.
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