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Una página entera le dedican esta semana Enrique Gil Calvo y Ángela Molina en El País al libro Espacios de esperanza de David Harvey, a quien definen como “marxista recalcitrante”. Asombrosamente, se trata de un elogio. Seguro que a un nazi contumaz le reprocharían su insistencia totalitaria, pero Gil Calvo aplaude a Harvey porque es uno de esos ejemplares “marxistas sobrevivientes que permanecieron fieles a sus orígenes”. La clave es criticar al capitalismo y “superar sus peores injusticias”. Parece que el no capitalismo sólo atesora mejores justicias, y Gil Calvo nos aclara que en Baltimore sobresale “una masiva miseria callejera” –¡en Baltimore!

El libro Espacios de esperanza no se centra en la esperanza abierta en el mundo tras la caída del comunismo, sino en las protestas antiglobalizadoras y pacifistas. Repleta de topicazos, la página alaba seriamente lo que Harvey denomina “materialismo histórico-geográfico”. Ángela Molina arrebolada entrevista al autor, y pregunta dramáticamente: “¿Qué espacios de esperanza nos deja el nuevo imperialismo?”

Pocas esperanzas suscita Harvey, que con valentía “denuncia” que la ropa infantil de Wal-Mart la producen en Honduras niños que cobran poco dinero. Esta falacia se remonta al primer capitalismo, cuando también abnegados tropeles condenaron el trabajo infantil en las ciudades inglesas, sin pensar ni un minuto en cómo era el trabajo infantil en la presuntamente idílica campiña inglesa. Como lo malo es el liberalismo, tampoco se le ocurre pensar ahora a Harvey qué alternativa factible, inmediata y mejor tienen esos niños hondureños. Hay gente efectivamente recalcitrante.

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