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Manuel Vicent aseguró: “debajo de un fino liberal emerge siempre un reaccionario maleducado cuando le tocan la cartera”. Aquí hay dos conocidas patrañas: la idea de que los liberales ocultan un espíritu agresivo y la idea de que están marcados por una codicia economicista.

Cuanto menos liberal es una doctrina más cariñosa parece: el fascismo, el comunismo y el fundamentalismo religioso apelan a cálidos valores patrióticos, sociales y trascendentes. El señor Vicent podría haberse detenido a pensar en que el carácter solapado que endilga a los liberales encaja mejor con muchos progresistas bien educados.

La misma distorsión corresponde a la acusación de que el liberalismo es una rastrera idolatría del vellocino de oro. Las demás ideologías, en cambio, están muy por encima de esas bajezas materialistas. Don Manuel podría, aquí también, haber prestado mayor atención al hecho de que los resultados de una doctrina no deben ser ponderados exclusivamente en función de los paraísos que sus partidarios prevén. Y también podría haber reflexionado sobre lo conveniente que ha resultado para los poderosos esa idea de que el dinero de las personas no es tan importante.

Aunque la visión de Vicent es convencional, también es inquietante que le parezca tan escandaloso que la gente reaccione cuando le tocan la cartera. ¿Qué hace usted, don Manuel, la entrega acaso regocijado? Si no lo hace, no culpe a los demás por imitarlo. Y si lo hace, no deduzca que, por su miedo a la libertad, a los demás se nos debe obligar a renunciar educadamente a lo que es nuestro.

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