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Fausto Fernández, el líder de Izquierda Unida para las elecciones de Madrid, revela con sus propuestas, por ejemplo en materia de comercio, que es un enemigo de la libertad. No es, desde luego, el único. También Rafael Simancas está dispuesto a recortar las posibilidades de que las trabajadoras y los trabajadores puedan hacer sus compras los domingos. Esperanza Aguirre, por su parte, no dice esta boca es mía. Don Fausto, por tanto, no es el único, aunque sí el peor.

De todos los políticos madrileños, el señor Fernández es el que propone reducir más la apertura comercial para las grandes superficies. Se reunió con lobbies proteccionistas, en la clásica alianza de políticos intervencionistas y empresarios no competitivos que pretenden que el pueblo pague su ineficacia; y se le ocurrió la brillante idea de aumentar la burocracia, creando “un organismo consultivo para reflexionar sobre el modelo comercial que queremos”. Notable. “Queremos” ¿quiénes? No el pueblo, desde luego, su opinión no cuenta para don Fausto, que en veloz búsqueda de “consenso” ya ha llegado a una conclusión: no se deben autorizar más grandes superficies en Madrid, por tiempo indefinido, porque él sabe que eso es lo que “queremos”.

Para don Fausto las tiendas no deben abrir más de once domingos por año, porque él sabe que esa cifra es “más que suficiente para satisfacer las necesidades de consumo de los madrileños”. Y concluye con una siniestra reflexión que revela hasta qué punto su pensamiento está envenenado de totalitarismo. ¿Qué pasa si la gente quiere libertad, qué pasa si quiere que abran los comercios más domingos y festivos? Pues no pasa nada, las autoridades no hacen caso al pueblo y ya está, porque “los hábitos comerciales también se educan”.

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