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El Río de la Plata, que media entre uruguayos y bonaerenses, es desorbitadamente ancho, aunque poco profundo. Viendo cómo los políticos argentinos coquetean con la planificación, y cómo a sus colegas uruguayos les fascinan los monopolios públicos, temo que los escuetos calados hayan saltado del agua a la tierra.
 
El gobierno peronista “impulsará el desarrollo de nueve sectores”. El ministro Lavagna abre el paraguas y aclara que no está propugnando el apoyo a empresas concretas sino sólo a “sectores”. En todo caso, no hay duda de que las autoridades porteñas saben cuáles son los “sectores con futuro”. En fin, siempre cabe alegar que en esto de canalizar dinero ajeno a empresas o sectores no es el Gobierno Kirchner el primero, ni será, por desgracia, el último.
 
La izquierda uruguaya, en cambio, sí parece la última en enterarse de las cosas. A raíz del referéndum que determinó la derogación de una ley que había eliminado el monopolio estatal de la importación y refino de petróleo, el líder izquierdista Jorge Brovetto proclamó su regocijo porque el pueblo había encarado la “defensa del patrimonio nacional”. Este prócer del progreso olvidó añadir un pequeño detalle: gracias al monopolio, refulgente gloria nacional, el pueblo uruguayo debe pagar la gasolina más cara de América Latina.
 
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