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Según Eduardo Haro Tecglen la violencia política es objetiva. Según Vicenç Navarro, el Estado español es embrionario.
 
Asegura el afamado columnista de El País: “Las revoluciones se hacen por hambre”. Esta patraña ha sido mil veces refutada por los hechos, pero el pseuprogresismo sigue erre que erre: no concibe que la violencia política pueda ser subjetiva, pueda brotar del fanatismo de unos iluminados. Por tanto, debe ser generada por condiciones objetivas, y de estas condiciones no hay ninguna más bonita que el pueblo en armas porque no tiene pan. Bonita, pero falsa. Ni pueblo, ni armas, ni hambre, ni nada. Curiosamente, esos elementos suelen integrarse pero en un sentido inverso al definido por Haro. Por ejemplo, en la revolución cubana un grupo de señoritos se hizo con el poder y después, siendo Cuba un país rico, empobrecieron al pueblo con la fuerza brutal de las armas y crearon hambre allí donde no la había.
 
No hambriento sino harto de pensamiento único está el catedrático Navarro, que denuncia con valentía que la derecha gobernante (que, por supuesto, es franquista) obstaculiza un “debate mucho más urgente e importante, que es el del enorme subdesarrollo del Estado de bienestar español”. El gasto público en España gira en torno al 40 por ciento del PIB, y en una fracción apreciable es el llamado gasto social. Si eso le parece al ilustre profesor un “enorme subdesarrollo”, puede el lector empezar a temblar pensando qué grado de coacción política, qué insignificante dosis de libertad ciudadana, equivaldría a un Estado por fin desarrollado, y satisfaría plenamente a don Vincenç.
 

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