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Veronique de Rugy

Tierra de impuestos

La histórica ampliación de la Unión Europea, añadiendo 10 nuevas naciones el 1 de mayo, está siendo celebrada en muchas capitales, pero puede ser seguida de un profundo malestar. Embarcarse en la UE puede ser algo parecido a abordar el Titanic a medio camino. Con un peso de impuestos que consume casi el 45% de PIB y altas regulaciones, muchas de las 15 naciones de la UE original sufren desempleo de más de 10% y paralización económica. Y como muchos gobiernos tienen inmensos pasivos contingentes en sus programas de pensiones y de salud, las cosas pueden empeorar.
 
Como resultado de políticas que impiden el crecimiento económico, el desempleo se mantiene alto y el capital huye a países como EEUU y Suiza. Los países ex comunistas que acaban de ingresar a la UE también se han estado beneficiando de esos flujos de capital. Luego de sufrir el comunismo por décadas, la mayoría de los países del este de Europa han reformado sus sistemas impositivos, convirtiéndose en naciones de bajos impuestos. Por ejemplo, Eslovaquia acaba de adoptar una tasa de impuesto sobre la renta del 19%, lo mismo que Polonia; Hungría tiene un impuesto del 16%; Lituania y Latvia del 15%. Tasas impositivas bajas provienen de las duras lecciones aprendidas bajo el comunismo y ya representan una seria competencia a países como Francia e Italia, con tasas del 34% y del 38% respectivamente, y hasta con Alemania, que recientemente bajó sus impuestos del 45% al 25%.
 
Será interesante observar si a estas naciones se les permitirá mantener sus políticas de libre mercado. La UE está en una encrucijada. Los burócratas de Bruselas que manejan la UE pueden darles la bienvenida a estos países con impuestos bajos y recomendarle a la Vieja Europa que proceda a reformar sus sistemas impositivos. En otras palabras, la UE podría responder a la competencia en impuestos compitiendo. La otra alternativa es amedrentar a los recién llegados para que aumenten sus impuestos, al asumir que diferentes tasas impositivas crean una competencia “injusta”. Para impedir que el dinero, las empresas y los puestos de trabajo se trasladen al este de Europa, evitando los altos impuestos, quieren “armonizar” las tasas.
 
En los años 80, Irlanda afrontó ese mismo dilema. Su inteligente decisión fue instrumentar una reforma impositiva basada en la economía de la oferta, la cual sigue teniendo éxito. Al reducir el impuesto a las empresas del 38% al 12,5% creo una década de crecimiento económico y el “pobre” de Europa se convirtió en el “tigre celta”, con el segundo nivel de vida más alto de Europa, después de Luxemburgo. El modelo irlandés muestra cómo la disciplina fiscal y bajas tasas impositivas atraen al capital y a empresarios, en vez de espantarlos.
 
Lamentablemente, no es probable que Alemania siga el ejemplo irlandés. El canciller Gerhard Schroeder les ha dicho claramente a sus vecinos del este que sus políticas de bajos impuestos son inadmisibles y no serán toleradas. Según el líder alemán se trata de competencia desleal porque transfiere puestos de trabajo de Alemania a países del este. Obviamente que en lugar de arreglar sus problemas el canciller alemán pretende imponer su sistema impositivo opresivo a los demás.
 
Schroeder lamenta la existencia del poder de veto de las naciones que imposibilitan por ahora la “armonización” de los impuestos. Por varios meses, Francia y Alemania han tratado de eliminar ese poder de veto de las naciones en asuntos relacionados a los impuestos. El más reciente intento fue en la redacción de la Constitución de la UE, donde se introduce la votación por mayoría calificada, un sistema que da diferentes pesos a los votos, en reemplazo de la regla de unanimidad. Según la mayoría calificada, cada país ejerce un número de votos según su tamaño y población. Si eso se logra en cuestiones de impuestos querrá decir que los países miembros ya no podrán vetar que países grandes como Francia y Alemania les impongan su sistema impositivo a todos los demás.
 
Todo esto es muy raro. Por años, los economistas mantienen que impuestos bajos y la simplificación de los sistemas impositivos son herramientas efectivas en promover el crecimiento e impedir la fuga de capitales. Además, las tasas impositivas bajas a menudo logran una mayor recaudación total, como ha sido demostrado en Irlanda y Europa del este. En lugar de tratar de obligar a los demás países a adoptar sus malas políticas de impuestos, Schroeder debiera completar las reformas que comenzó en 2002, cuando bajó los impuestos a las empresas.
 
© AIPE
 
Veronique de Rugy es académica del American Enterprise Institute y analista de Tech Central Station.
 

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