El pasado día 1 de julio se conmemoró en Hong Kong el séptimo aniversario de la entrega de la antigua colonia británica a la China Popular. El gobernador de Hong Kong, constituida como Región Administrativa Especial, organizó un colorido festival en el Parque Victoria para celebrar, junto a las autoridades llegadas de Pekín, el aniversario. Los hongkoneses sin embargo no se hicieron eco de la convocatoria del gobernador Tung Cheng Hwa. Apenas tres mil personas acudieron a presenciar el espectáculo oficial en una ciudad que cuenta con varios millones de habitantes.
Mientras el gobernador y los funcionarios chinos celebraban su triste pantomima unos 350.000 ciudadanos se manifestaban pidiendo libertad y democracia para la ex colonia. La multitud que, a pesar de su número no produjo ni un solo incidente, iba en su mayoría vestida con camisetas blancas en las que podían leerse los eslóganes con los que el Partido Democrático de Hong Kong, liderado por el incombustible Martin Lee, acostumbra a hacer campaña. Los demócratas piden que sean los ciudadanos de la región especial los que elijan a su gobernador y que se acabe el intervencionismo de Pekín sobre la antaño boyante economía hongkonesa.
Conforme a los términos en que el Reino Unido entregó Hong Kong a los chinos en 1997 los dirigentes de Pekín, miembros todos del Partido Comunista, disponen del privilegio de elegir al jefe del ejecutivo de Hong Kong mediante la denominada cuota corporativa, es decir, en la ex colonia se siguen celebrando elecciones a la cámara legislativa pero el gobierno central se reserva la designación de quien crea conveniente para sus intereses. Para complicar aun más el panorama político, la Ley Básica de Hong Kong, elaborada bajo la máxima “Un país, dos sistemas”, dispone de un controvertido artículo, el 23, que faculta al gobernador de la ciudad a poner fuera de la ley a “cualquier organización o grupo político que establezca lazos con organizaciones o grupos políticos extranjeros”. La oposición democrática por lo tanto no es ilegal pero está sometida a los caprichos de una ley arbitraria y no tiene posibilidad alguna de llegar en el futuro a gobernar la ciudad.
La señales de alarma vienen sonando desde hace tiempo, especialmente desde el brote de neumonía atípica del año 2002. Los habitantes de Hong Kong, paraíso de la libertad de comercio y de la libre empresa, no son muy dados a meterse en política. De hecho el Partido Democrático de Lee apenas cuenta con 600 afiliados. El hongkonés medio, que es laborioso e individualista, prefiere poner tierra de por medio. Una ciudad hecha de emigrantes de todo el imperio británico que llegaron en busca de oportunidades está empezando a deshacerse. Muchos han comenzado a hacer las maletas. Lugares cuyo futuro inspira mayor confianza, como Taiwán o Singapur, son su destino predilecto. En el informe que cada año presenta la revista Forbes sobre presión fiscal, Hong Kong ha abandonado el primer puesto por la cola que venía ostentando desde hacía varios años. En la antigua colonia los impuestos no sólo no han bajado sino que han crecido. Algo inaudito e impensable tan sólo cuatro o cinco años atrás. Su lugar lo ha ocupado los Emiratos Árabes Unidos.
El milagro que posibilitó que en el sur de China se levantase la ciudad-estado más próspera del planeta ha desaparecido. Los hongkoneses creen en la democracia, los derechos humanos y el imperio de la ley pero nunca habían necesitado defenderlos. Ahora, desarmados, se encuentran al punto mismo de fusionarse con una potencia de más de mil millones de habitantes que no ha creído jamás en ninguna de las tres cosas.
La manifestación de la semana pasada quizá haga replantearse al gobierno de Pekín su proceder en Hong Kong, aunque nada invita a tomar esto último en consideración. El modelo Den Xiao Ping de “Un país, dos sistemas” es, simplemente, imposible de mantener. Y, por si esto fuera poco, el rol que las autoridades chinas han trazado para Hong Kong pasa más por vivir a la sombra de la prodigiosa Shangai que por seguir siendo el Camelot de extremo oriente. El error se cometió hace siete años, cuando se entregó una libre y floreciente colonia a la tiranía que más seres humanos se ha llevado por delante en toda la historia de la humanidad. Hoy ya poco o nada se puede hacer salvo observar con cierta pena la inevitable decadencia del primer y más resuelto de los tigres orientales.