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Beatriz Gimeno, presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales, “muy enfadada” porque la Iglesia rechaza los matrimonios entre homosexuales, señaló: “Es indignante que una organización que vive gracias a los impuestos de todos tenga el valor de interferir en la política del país”. Sol Alameda, en un reportaje bochornosamente entregado a Enrique Miret Magdalena, dice sobre la Iglesia: “Ahora amenazan con hacer manifestaciones si no se respetan sus reglas morales… y encima viven de los impuestos de todos nosotros”. No censuraré, desde luego, la preocupación que de pronto asalta al pseudoprogresismo sobre los destinos del dinero público, pero estas expresiones resultan chocantes.
 
Choca su totalitarismo. Parece que aquí los que osan apartarse del pensamiento único no pueden abrir la boca, no pueden protestar ante la insólita identificación de la homosexualidad con la normalidad matrimonial, y no pueden manifestarse en contra de lo que la política considera, debate o decide. Oiga ¿y por qué no?
 
Y ahí es cuando entra el argumento económico: no pueden porque “viven de los impuestos de todos nosotros”. Caramba. Esto en primer lugar no es del todo cierto, puesto que muchas personas donan libremente su trabajo y su dinero a la Iglesia. Pero supongamos que lo fuera. Doña Beatriz y doña Sol no podrían despotricar contra la Iglesia esgrimiendo el argumento fiscal sin hacer lo propio con los múltiples “colectivos” que sí viven total o parcialmente de los impuestos, y que desde luego aspiran a interferir, condicionar o modificar la política de nuestro país, desde los funcionarios hasta los sindicatos. ¿Les aplicarían las señoras Gimeno y Alameda el mismo rigor excluyente?
 
Es respetable proponer que la Iglesia se financie sólo con contribuciones voluntarias, pero no parece que los llamados progresistas deseen eso. No son como Bastiat, que defendía dicha medida pero aclaraba que ello no significaba que fuera ateo. Lo que los “progres” ansían es acabar con la Iglesia o, por aquello del pluralismo, dejarla reducida sólo a los curas de izquierda.

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