Leo en el suplemento literario de El País que el primer principio del neoliberalismo es: “el mercado manda”. Es curioso que en el odio al mercado todos dan por sentado que manda pero nadie se pregunta ni cómo manda ni cuál es la alternativa.
El mercado condensa decisiones colectivas. No hay un señor que ordene que Plácido Domingo cante en La Scala de Milán, mientras que otros sólo puedan cantar en el Metro. Eso lo decide la gente. Y si es verdad que El Corte Inglés es una empresa muy poderosa, en realidad no “manda” sobre nadie, porque nadie está obligado a comprar en El Corte Inglés. Precisamente, la relevancia de esta empresa estriba en que su grandeza se debe a la decisión soberana de las personas que deciden acudir a sus establecimientos, sin coacción alguna.
Todo esto debería hacer reflexionar a quienes abominan de “el poder económico” y proclaman que “otro mundo es posible”. Es verdad. Pero ¿cómo sería?
La situación no admite más que dos alternativas: o hay mercado o no lo hay. Observemos lo que sucede si el aborrecible mercado no existe. En ese caso, no hay libertad, las cosas no dependen de lo que la gente decida sino de lo que manden las autoridades. En el mercado los ciudadanos son libres para comprar o no. Pero no está permitido evadir impuestos. Y a esto último, al no mercado, algunos lo llaman progreso…