El barómetro del CIS de abril encuestado en 44 provincias –anterior a los atentados de Londres–, refleja la preocupación por la inmigración del 29’5% de los sondeados. Asciende así al tercer puesto de inquietud tras el paro, el terrorismo de ETA, y por delante de la vivienda. Y llega a duplicar el desasosiego ciudadano por la endeudada economía familiar que alarma, también, al Banco de España. Otra más reciente encuesta en periódico de gran difusión indica que el 72% de los españoles son “racistas”, ni más ni menos. Cabría pues concluir que junto a un problema potencialmente explosivo existe el fulminante capaz de hacer estallar la carga. Cumplo con el deber de señalarlo.
En los últimos seis o siete años han llegado a España masas de emigrantes atraídos por la incipiente prosperidad, una complaciente legislación y la falta de controles en frontera. ¿Serán 3, 4 o 5 millones?; ¿sabrá su número el Gobierno? La ocultación de la realidad en el altar de lo “políticamente correcto” reduce y casi anula las defensas naturales del cuerpo español que necesita partir de una correcta información. Un Blair, que desprecia las huidas, se lo habrá recordado ayer a Zapatero en Downing Street. Como debe quien, socialista o no, trabaja para el pueblo y no para perpetuarse en el poder.
En la misa del domingo pude leer un anuncio que resumía gráficamente la solución cristiana. Sobrescribía sobre la sílaba “MI” de IN-MI-GRACIÓN el pronombre “TE” que la transformaba en “IN-TE-GRACIÓN”. Mi paisano el Cardenal Amigo en su libro “Cien respuestas a cien cuestiones” considera que “es fácil la integración laboral, difícil la social, y casi imposible la religiosa”.
Pasando de las musas a los “numeritos”, seamos conscientes de que por volumen y economía, por buena que sea nuestra voluntad, carecemos de fuelle para integrar “al todo África” y a la parte de Europa, Asia y América que se nos viene encima. ¿Cabe seguir hablando de los beneficios de la inmigración en especial de sus aportaciones como fuerza de trabajo, barata y nada exigente, que interesa sobre todo a algunos seudo empresarios? Pongamos en cuarentena los argumentos de supuestos beneficios como ha hecho el Financial Times al desvelar los costes económicos sumergidos que originan los inmigrantes. ¿Es prudente seguir con el paripé de las regularizaciones oficiales periódicas?.
Una élite numerosa de fundamentalistas islámicos –entre los que se llevan la palma los de Al Qaeda– se ha propuesto terminar con una sociedad occidental que abrazó el laicismo –para ellos hereje–, y recuperar de paso los territorios que fueron suyos hace ya muchas centurias. ¿Cómo afrontar este terrorismo globalizado que ataca indiscriminadamente? Hay quienes aun repudiando la pena de muerte, invocan la posibilidad legal de matar en legítima defensa o en estado de necesidad. Es el caso del Presidente del Tribunal Supremo. Parten de afirmar que el terrorismo ha iniciado una III guerra mundial no declarada, a la que hay que responder. Y no les falta razón aunque tal declaración fuera más apropiada en boca del Jefe de Estado Mayor de la Defensa, aunque ya se sabe que “en boca cerrada no entran moscas”.
¿Por donde empezar la respuesta? Primero aceptando que estamos ante una nueva forma de guerra, que obliga a prepararse a para hacerla frente. Debe primar el salvar la seguridad, incluso la interior en la que los emigrantes destacan en delincuencia. No cabe una política tolerante, excepto la de “tolerancia cero” del Ministro francés del Interior Nicolás Sarkozy. Y si las leyes son insuficientes habrá que reformarlas. Procede asimismo censar a todos los extranjeros al igual que lo están los españoles. Sepamos “quien es quien” –salvando la legislación de datos– para que la autoridad aplique aquella parábola del sembrador que se vio forzado a separar la cizaña en interés precisamente del trigo, en este caso de los buenos inmigrantes. Los gobernantes europeos que no establecieron a tiempo filtros en frontera, están abocados a devolver a los irregulares a sus lugares de origen.
