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Juan Carlos Girauta

El ministro y el regulador amontillado

En un país normal, este tipo ya no ocuparía su cargo. Pero aquí tenemos grabados en la memoria los nombres de quienes convirtieron la administración en patrimonio suyo, en sentido estricto

Ha venido Rajoy a cantar las cuatro verdades de la OPA y a denunciar las cuatro mentiras de la catalanofobia. No era tan difícil, aunque sí lo habrá sido el escenario. Ha triunfado. La intoxicación sobre el PP es espesa en Cataluña, y es unánime la elección de ese partido como contraste, como el otro, el difuso enemigo, el pasado, la reacción. Menudo comodín. Bono colabora siempre que puede recordando lo del Pujol enano habla en castellano y lo de Aznar usando el catalán en la intimidad. Su último hallazgo es la “derecha extrema”, nueva forma de llamar fascista a un partido bastante más respetuoso con la democracia que el suyo. Cosas de ese atleta de la calumnia, de ese artesano de la mentira.
 
Me cupo el honor de defender en la televisión autonómica catalana las posiciones políticamente incorrectas sobre la famosa OPA. Bajo la luz de los focos, y a punto de empezar el programa, me asaltó una cuestión incómoda: ¿iba a ser yo el único catalán que no se derritiera en público al hablar de La Caixa? No puede ser, me dije. Tragué saliva. Y tampoco pasó nada. Gigantes agitando sus aspas en mitad de la llanura. Se cuenta lo que hay y no se cae el mundo. Señor, que profesión de valientes.
 
¿Y qué hay? Una operación financiera que lo tiene cada vez más difícil por razones ligadas a las expectativas de rentabilidad y a la parca liquidez de la oferta. Y, paralelamente, un órdago político en el que se han retratado el ministro Montilla y el regulador amontillado, Manuel Conthe. Ambos deberían dimitir por su parcialidad (esta sí de república bananera). Montilla, además, ha participado en los planes de desguace y remate de Endesa. Esa intromisión directa es lo único que le falta al de la CNMV, espero.
 
Quien debería exhibir el más escrupuloso distanciamiento se pone la cartuchera, se suma al opante y manda callar al opado bajo coacciones, con arrogancia sin límite y en claro abuso de poder. Ante un recurso contencioso-administrativo, en vez de quedarse callado, que sería lo propio, se mofa: los abogados se ríen, dice. Serán los suyos, que son unos cachondos.
 
En un país normal, este tipo ya no ocuparía su cargo. Pero aquí tenemos grabados en la memoria los nombres de quienes convirtieron la administración en patrimonio suyo, en sentido estricto. Ministros, secretarios de estado, directores generales y hasta algún espontáneo con carné en la boca transformaron organismos oficiales en delegaciones del PSOE con derecho a pelotazo. Por eso cuando ahora vemos al presidente de la CNMV, el árbitro, vestido de Manolo el del bombo, el exceso nos parece venial. Ventajas de la administración socialista: su gran pasado.

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