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Martín Krause

La telefonía y las leyes económicas

aceptemos por un momento la teoría, e incluso que haya inevitables períodos de concentración, ¿no deberíamos en cambio mirar los beneficios que obtienen los consumidores entre un período y otro?

Para fines de agosto había 17 millones de usuarios de telefonía móvil en la Argentina, como se informó en el reciente Foro de Telecomunicaciones; el 45% de la población tiene un móvil y se estima que aumentará al 70% en tres años. Un teléfono celular que hace diez años costaba 4.000 dólares, hoy se compra por menos de 300 dólares, de muy superior calidad y en cuotas. En el mismo lapso, Argentina cambió tres veces la tecnología utilizada, avanzando a la más moderna, GSM.
 
Los trabajadores, e incluso los piqueteros, tienen hoy móviles y están comunicados, algo que les había negado por décadas la empresa estatal ENTEL.
 
Es probable que estos datos contundentes no sean suficientes para modificar el pensamiento de políticos que llenan sus discursos de ataques contra el mercado, promoviendo “combates al capital”, pero la evidencia debería impactar al menos quienes saben algo de economía.
 
Resulta ser que los datos antes mencionados son una negación completa de la teoría predominante. Durante muchos años se sostuvo, y aún hoy, que cierto tipo de bienes tienen características especiales que los convierten en “monopolios naturales”. Una de las principales características está asociada con las economías de escala que presentan todos los servicios en red: los mismos presentan “costos decrecientes a escala”, por lo que la teoría mantiene que inevitablemente terminarán siendo monopolios. En términos más sencillos, a nadie le convendría instalar redes paralelas para competir con el monopolista y si hay varios proveedores, ellos preferirán fusionarse o que uno de ellos absorba al resto para aprovechar esas economías de escala.
 
De esa teoría se desprendió una cierta “política pública”. Si termina habiendo un monopolista, éste va a usar y abusar de su poder, algo que no puede permitirse. Es mejor, entonces, que sea una empresa estatal y cuando resultó evidente la ineficiencia de estas, una empresa privada controlada por la sabiduría reguladora de los funcionarios gubernamentales.
 
Esto comprueba que las políticas públicas argentinas en materia de telefonía vienen inspiradas por la misma teoría desde hace por lo menos 60 años.
 
Sin embargo, los datos “empíricos” comentados al comienzo derrumban esa teoría y en particular a las recomendaciones de políticas públicas que se desprenden de ella. Con 17 millones de móviles, ¿adónde fue a parar el monopolio de las telefónicas? Es que la teoría del monopolio natural basada en las economías de escala no toma en cuenta que tales monopolios son destruidos por la innovación tecnológica y que ésta es frenada cuando se pasa del monopolio “natural” al monopolio “legal” respaldado por el gobierno, el cual impide el ingreso de competidores.
 
Si la evidencia no resulta suficiente, quienes insisten en sostener esa teoría afirman que algo similar va a suceder con la telefonía móvil, la que también presenta “economías de escala”. Por ahora es un negocio en crecimiento y hay lugar para todos. Es más, todos invierten, obligados porque no saben quién va a ser el que predominará. Cuando se cubra todo el mercado, la multiplicación de infraestructura hará evidente que se obtendrán ganancias adicionales eliminando esa superposición hasta que terminemos nuevamente con un solo oferente.
 
Así, la teoría seguiría vigente y con ella la necesidad de regular a todo el sector.
 
Ahora bien, aceptemos por un momento la teoría, e incluso que haya inevitables períodos de concentración, ¿no deberíamos en cambio mirar los beneficios que obtienen los consumidores entre un período y otro?
 
Tal vez en el futuro se llegue a una sola compañía telefónica móvil, pero hasta entonces la competencia seguirá siendo feroz y los consumidores tendremos cada vez más y mejores teléfonos, y más baratos. ¿Qué más podemos pedirle al mercado? Tiene una tendencia intrínseca a masificar, a llegar hasta los más pobres.
 
Y si la concentración avanza será cuestionada por nuevas tecnologías. Algunas asoman ya; podría ser la telefonía por Internet o lo que la creatividad empresaria ofrezca. Incluso habría mucha más competencia si el Estado abandona su propiedad y control del espectro de frecuencias que la limita.
 
La telefonía celular ha triunfado no sólo con los 17 millones de móviles, sino cuestionando seriamente esa teoría predominante y errónea.

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