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Carlos Rodríguez Braun

Intermediarios

Si mañana desaparecieran los intermediarios, es decir, si todos debiéramos producir para consumir, la mayoría del género humano moriría de hambre y sed

Uno de los personajes que dibuja Romeu en El País afirmó: "El mundo sería más justo y feliz si desaparecieran los intermediarios", y otro aludió a ellos como "sanguijuelas".

Para comprobar que se trata de una tontería basta con pensar en qué sucedería si efectivamente se llevara a la práctica. En ausencia de intermediación, la humanidad podría regresar a la época primitiva que antecedió al comercio, una época marcada por la precariedad y la miseria. Si mañana desaparecieran los intermediarios, es decir, si todos debiéramos producir para consumir, la mayoría del género humano moriría de hambre y sed, y la población posiblemente se reduciría a la minúscula que había antes del establecimiento de la propiedad privada y su inmediata consecuencia: el intercambio.

Cuando comprenden esto, la reacción de los políticamente correctos recelosos del comercio es aceptarlo pero objetar su hipertrofia. El mundo justo y feliz ya no sería un mundo sin ningún intermediario sino un mundo con menos intermediarios que ahora. El problema con esta visión es, por un lado, los riesgos de todo tipo que comporta el que alguien (el poder, claro) determine cuántos intermediarios son "necesarios"; y, por otro lado, la negativa a reconocer que, si hay competencia, el número de intermediarios es el que el público libremente determina.

Antes de cargar demasiado las tintas contra Romeu, conviene recordar que Aristóteles despreciaba el comercio, y Einstein recomendaba pasar de la producción para el intercambio a la producción para el uso. Dos de las mentes más privilegiadas de la historia humana fueron capaces de soltar enormes bobadas contra la intermediación, negándole su carácter productivo y enriquecedor. Romeu podrá quejarse de muchas cosas, pero no de carecer de buena compañía.

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