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John Stossel

Vive y deja vivir

Michael Moore puede no haber pensado en ello, pero sólo hay dos formas de conseguir que los demás hagan algo: la fuerza o la persuasión. El Estado es exclusivamente fuerza; no tiene nada que primero no le haya expropiado a alguna persona productiva.

Hace bien poco lamenté el entusiasmo que demostró David Brooks, columnista del New York Times, por hacer que el Estado emplee la fuerza contra otros. ¿Por qué hay tantos conservadores tan deseosos de hacerlo? Los conservadores solían protestar cuando los que se autodenominan liberales aquí en Estados Unidos pedían al Estado el uso de la fuerza.

Esa misma semana dio la casualidad de que estuve entrevistando al cineasta Michael Moore para 20/20. Moore quiere que el Estado monopolice la sanidad. Su nueva película, Sicko, sostiene que Canadá y Francia se acercan al paraíso porque sus gobiernos proporcionan cuidados médicos y otros servicios, lo que le permitió que los espectadores se pusieran de pie para ovacionarle en Cannes.

– Pero el Estado es la fuerza – le dije.
– ¿Por qué lo ve usted como la fuerza? – me preguntó.
– Porque coge el dinero de la gente por la fuerza y lo entrega a otros.
– No, en realidad no lo hace. El Estado es de, por y para el pueblo. El pueblo elige al Estado, y el pueblo determina cuando le permite al Estado recaudar impuestos.

¿Es realmente necesario explicar que el Estado es la fuerza? Cuando el Ejército de Salvación pide una donación, uno es libre de negarse y no sufre ninguna represalia. Pero cuando el Gobierno de los Estados Unidos exige una declaración de impuestos y un cheque el 15 de abril, uno no puede negarse y seguir con su vida tranquilamente. U obedece o se enfrenta a multas o la cárcel. Sí, periódicamente se puede votar a los candidatos. Pero tener control sobre una parte infinitesimal de la decisión sobre quién nos va a coaccionar no cambia el hecho de que el escogido utilizará la fuerza.

Cada vez más, la mayor diferencia entre derecha e izquierda parece ser que los primeros saben que el Estado es la fuerza. Pero eso no les impide emplearla.

Michael Moore puede no haber pensado en ello, pero sólo hay dos formas de conseguir que los demás hagan algo: la fuerza o la persuasión. El Estado es exclusivamente fuerza; no tiene nada que primero no le haya expropiado a alguna persona productiva.

En cambio, el sector privado –ya sea una codiciosa empresa o una organización sin ánimo de lucro– debe emplear la persuasión y esperar el consentimiento. No importa lo rico que se haga Bill Gates, porque no puede forzarnos a comprar su software. Fuera del Estado, las acciones son voluntarias y lo voluntario es mejor porque refleja el juicio libre de la gente creativa y productiva. Como escribí en Dame un respiro: "Si el Estado diera marcha atrás, el sector privado proporcionaría muchos de los mismos servicios con más rapidez, mejor y más baratos". Hay un montón de ejemplos que seguramente dejen pasmados a los socialistas, como la mejor gestión privada del agua, las ambulancias, las carreteras; incluso el control del tráfico aéreo.

Por supuesto, estoy hablando de un sector privado que no obtiene ningún privilegio del Estado. Eso no describe a nuestro sector privado de hoy en día. Durante años el Estado ha concedido toda clase de favores a intereses especiales, desde restricciones comerciales impuestas a competidores extranjeros hasta subvenciones y préstamos baratos, pasando por deducciones fiscales a los seguros médicos. Todo tipo de personas, dentro y fuera del Gobierno, han conspirado para contaminar el sector voluntario privado con la fuerza y la reglamentación. Es el motivo de que tengamos una economía mixta en lugar de una economía libre.

Thomas Jefferson dijo: "El progreso natural de las cosas es que la libertad retroceda y el Estado gane terreno". La libertad retrocede cuando entrometidos bienintencionados intentan "arreglar" el mundo impidiendo que usted consuma gasolina u obligándole a financiar programas para combatir la pobreza. No hay un comportamiento demasiado insignificante o privado como para escape a estos intrigantes. Cuando una pareja de Nueva Zelanda bautizó recientemente a su hijo "4real", el Washington Times dijo que era "desafortunado" que el Gobierno no lo prohibiera. Este periódico de derechas nombró a la pareja "bellacos de la semana".

Eso provocó que Donald Boudreaux, presidente del departamento de económicas de la Universidad George Mason, escribiera al redactor: "Le elijo a usted como mi 'bellaco de la semana' por afirmar que la decisión del nombre de un niño debe pertenecer a los políticos y a los burócratas en lugar de a los padres de ese niño. Los verdaderos bellacos son los que tienen la arrogancia de imponer sus gustos y preferencias a otros."

Exactamente. Aquello de "vive y deja vivir" solía ser una manera noble de afrontar la vida. Ahora le consideran compasivo si exige que el Estado imponga sus preferencias a otros. Pero yo sigo prefiriendo el "vive y deja vivir".

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