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Richard W. Rahn

El dilema de los impuestos

Por tanto, si el objetivo es recaudar más impuestos a largo plazo, el Gobierno debería tener tipos bajos para los pobres, altos para la clase media y de nuevo bajos para los más ricos.

Los asesores de los candidatos presidenciales en Estados Unidos se enfrentan a un fuerte dilema sobre las reformas de impuestos. Para maximizar las recaudaciones hay que tener tasas bajas de impuestos, tanto para los pobres como para los ricos, debido a que los pobres no tienen dinero y los ricos siempre encuentran maneras de protegerse de altos impuestos. Al mismo tiempo, la clase media rechaza pagar más en impuestos que los ricos.

El segundo hombre más rico de Estados Unidos, Warren Buffett, escribió recientemente una columna diciendo que él paga impuestos a un tipo medio de apenas el 17,7%, mientras que su secretaria paga el 30%. Durante las elecciones de 2004 se supo que John Kerry (el candidato a presidente más rico en la historia de este país) y su esposa pagaban impuestos por el 12% de sus ingresos, bastante menos que la mayoría de los estadounidenses de clase media.

Muchos políticos de izquierdas exigen vehementemente que los ricos paguen más impuestos, pero cuando se examinan sus propuestas se comprueba que afectan más a aquellos que están tratando de hacer fortuna, sin realmente afectar a los ya la tienen, y en abundancia, como los Kerry y los Kennedy. De hecho, para medir la sinceridad de propuestas de este tipo, yo siempre reviso cómo afectarían a la declaración de impuestos de John Kerry. Por cierto, en este país, el 1% de la población que está en lo más alto en lo que a ganar dinero se refiere paga el 37% de todo el dinero recaudado mediante impuestos sobre la renta.

Algunas políticas de impuestos fomentan el crecimiento, mientras que otras simplemente tratan de redistribuir la riqueza. El apoyo a las primeras parece claro: las encuestas efectuadas a lo largo de varias décadas indican que la mayoría de los ciudadanos creen que nadie debería pagar más de 25% de sus ingresos en impuestos al Gobierno. La gente considera que no es justo pagar más de eso y muchos que no son ricos aspiran a serlo algún día, como empresarios, deportistas de élite, artistas reconocidos o incluso ganando la lotería. Al contrario de lo que sucede en Europa, a los estadounidenses no le amarga que haya ricos, sino que más bien suelen aspirar a serlo ellos también. Por esa razón, los candidatos favorables al crecimiento económico alcanzan mejores posiciones en las encuestas que los candidatos que buscan redistribuir la riqueza.

La mayoría de los republicanos que votan en las primarias quieren reducciones en los impuestos y mayor control sobre la tiranía de la agencia tributaria norteamericana (IRS). En las elecciones presidenciales habrá quien prefiera al candidato que prometa quitarles más a los ricos, pero son personas que votarían de todos modos por el Partido Demócrata. Sin embargo, ningún candidato republicano conseguirá votos incitando la guerra de clases.

Los altos impuestos destruyen la creación de riqueza, sin lograr que los ricos paguen más. Una de las ventajas de ser rico es que se puede escoger la mejor manera de recibir ingresos, dónde se obtienen tales ingresos y dónde se pagan los respectivos impuestos. Muchos suecos y franceses han emigrado a otros países para ahorrarse millones en impuestos. Cuando un rico se exilia, el Gobierno no obtiene un centavo. Y cuando los impuestos son muy altos, la gente prefiere pasar más tiempo libre en lugar de trabajar más y también prefieren gastar que ahorrar, todo lo cual conduce a menores ingresos fiscales.

Los economistas han estado tratando de calcular cuál es la tasa impositiva óptima para cada sector de contribuyentes. Imponer tasas más altas a los altos ingresos conlleva dificultades. En la medida que aumentan las tasas, se multiplican exponencialmente los incentivos a buscar maneras, legales o no, de eludir impuestos; mientras más rico se es, más fácil es lograrlo. Por tanto, si el objetivo es recaudar más impuestos a largo plazo, el Gobierno debería tener tipos bajos para los pobres, altos para la clase media y de nuevo bajos para los más ricos.

El resultado de imponer altas tasas impositivas a los ricos es que entonces gastan más e invierten menos o trasladan sus ahorros a otras jurisdicciones. El ahorro y su inversión productiva provocan un incremento en lo que los economistas llaman formación de capital, y mayores tasas de éste se traducen en más empleo y con mejores sueldos. Por consiguiente, los países con altas tasas de impuestos se encontrarán con un crecimiento económico menor, menos puestos de trabajo y salarios más bajos.

Es políticamente inaceptable tener un tipo impositivo más alto para la clase media que para los realmente ricos, y económicamente destructivo tenerlos altos para los ricos. La única manera de salir de este dilema es un tipo único y reducido acompañado de un sistema de impuestos al consumo, con exenciones y reintegros a quienes ganan poco. Los candidatos presidenciales más sabios propondrán políticas de esta naturaleza; los demagogos no.

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