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Juan Carlos Girauta

¿El principio del fin del victimismo?

Por primera vez, alguien con voz suficiente señala como fuente de nuestros males a los empresarios. Y condena la fatídica costumbre de buscar siempre en los poderes públicos al responsable de los problemas, al desfacedor de entuertos y al padre protector.

Tuve la suerte de estudiar, sin moverme de Barcelona, en la mejor escuela de negocios del mundo (Wall Street Journal, datos de 2007). Esa escuela es ESADE. Su tradicional competidor, IESE, es también de origen barcelonés. Ambas nacieron en los años cincuenta. ESADE es de los jesuitas e IESE del Opus, así que algo tendrá que ver la Iglesia española con la prosperidad del último medio siglo y con los hábitos de la buena gestión, ¿verdad?

Si los catalanes tenemos en casa esos dos centros formidables, si contamos con una tradición emprendedora y un largo pasado de intercambios, si a principios de siglo XX había en la ciudad condal varias firmas autóctonas de automóviles que exportaban a Europa, si en los años setenta aún teníamos cinco firmas de motocicletas –que ya no existen– que eran la envidia de medio mundo, si uno de nuestros productores de cava ha sido durante muchos años el líder global del sector del espumoso por encima de Francia, si aquí nació, creció y mantiene su sede el primer grupo editorial en español del mundo... si estas y muchas otras grandezas son ciertas, que lo son, ¿por qué Cataluña está como está y no logra saltar a la era digital, a la sociedad del conocimiento?

El Círculo de Economía, hoy presidido por el hijo del creador de Planeta, y una de las más relevantes instituciones de lo que, sin mucha precisión, se ha dado en llamar "sociedad civil catalana", acaba de sacar a la luz un importante documento: La responsabilidad del empresariado catalán. Por primera vez, alguien con voz suficiente señala como fuente de nuestros males a los empresarios. Y condena la fatídica costumbre de buscar siempre en los poderes públicos al responsable de los problemas, al desfacedor de entuertos y al padre protector.

No aclara el Círculo que el vicio victimista mira y ataca a "Madrid" (concepto discutido y discutible) mientras obvia a un nacionalismo que lleva más de un cuarto de siglo obsesionado con la reclamación de competencias, propiciando la conversión de un viejo país de emprendedores en un nuevo país de funcionarios. Para lo cual se ha valido de una manipulación sistemática de la opinión pública, crónicamente cabreada por un supuesto centralismo que sería culpable de toda desgracia, retraso, colapso, crisis, pérdida de competitividad o desinversión.

Es un paso importante que el Cercle refleje el cambio de actitud que se está operando en la sociedad catalana y denuncie "la falta de iniciativas de envergadura" del empresariado catalán, su incapacidad para "agruparse y apostar fuertemente en los momentos en que debería hacerlo", su aversión al riesgo. Y es aleccionador que ofrezca unos cuantos ejemplos clamorosos de lo que pudo haber sido (de mediar la adecuada disposición) y no fue. La autocrítica es el primer paso para enderezar la cerviz de un empresariado acostumbrado a inclinarse ante el establishment político local. No cambiarán las cosas de repente, pero es una lucecita al final del túnel.

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