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José Vilas Nogueira

El amigo y enemigo americano

El caso revela la estupidez y la doblez de la progresía. Se escandalizan si los Estados Unidos intervienen en defensa de la libertad fuera de sus fronteras, pero se estremecen de miedo si EEUU se refugia en el aislacionismo.

Hace un par de décadas, Robert Nozick escribió un breve ensayo sobre la (a primera vista sorprendente) frecuencia de las postura anticapitalista entre los intelectuales. No pretendo discutir aquel trabajo; simplemente quiero señalar que su restricción de la noción de intelectuales a los "creadores de palabras" (wordsmiths) no se justifica hoy (si es que lo estaba la década de los 80). Al respecto de su relación con la política y la economía, no pueden documentarse diferencias entre los creadores de palabras y los pintores, escultores y trabajadores de los medios visuales (que Nozick explícitamente excluye de su noción de intelectuales).

Esta puntualización no responde a un prurito académico, sino a la observación práctica del creciente papel que tales gentes juegan en la política y en la economía. Papel no sólo relevante porque vehiculen en las instancias de gobierno su ideología anticapitalista (en rigor, casi siempre una mera mentalidad anticapitalista), sino porque su irrupción es un arma poderosa de trivialización de la función de gobierno, tanto político como económico. La degeneración despótica de la democracia contemporánea se basa fundamentalmente en la reducción de la sociedad a espectáculo. Los ciudadanos, ocasionalmente figurantes en los ritos "democráticos", somos habitualmente consumidores de gobierno, pero no de gobierno genuino, sino de su sucedáneo, el "gobierno-espectáculo".

Un ejemplo, el llamado Foro de Davos. Como soy ignorante en estas cuestiones no sé la verdadera trascendencia de tan solemne cónclave. Pero como símbolo es muy importante. El ciudadano del común ha de resultar impactado por la celebridad de los asistentes. Los payasos, que disimulan su holgazanería con la "preocupación" por un mundo mejor, aprovechan para montar violentas movidas, cuyo control precisa de miles de policías.

¿Pero quién se reúne allí? La prensa del domingo trae una fotografía. Están Gordon Brown, la reina Rania de Jordania, Bill Gates, y Bono (el cantante de U2). Uno entiende la presencia de Gordon Brown, primer ministro del Reino Unido, y la de Bill Gates, el hombre más rico del mundo, que retirado de los negocios se ocupa en obras de filantropía. Pero, ¿la reina Rania? Sin duda es una señora muy guapa, elegante, inteligente, moderna, y rica, pero sus andanzas parecen tener más audiencia entre los lectores de la prensa rosa que en la de color salmón. ¿Y Bono? Como no sea que planee nuevos conciertos filantrópicos. Porque él, como buen anticapitalista, no da un duro de su propio pecunio; su filantropía corre a expensas de los demás.

Claro que, además de estos actos sociales, en Davos también se trabaja. Intentan concluir la llamada Ronda de Doha, el mayor programa de liberalización del comercio internacional nunca acometido. Y la cuestión no admite demoras. Es de común opinión que hay que alcanzar el acuerdo antes de que Bush cese en la presidencia de Estados Unidos. Así lo han declarado el comisario europeo de Comercio (un laborista británico), el ministro de Comercio de Brasil (del Gobierno laborista de Lula da Silva), y otros políticos de orientación similar. Temen que si ganan las elecciones Hillary u Obama se producirá un incremento del proteccionismo.

Más allá del problema concreto, el caso revela la estupidez y la doblez de la progresía. Se escandalizan si los Estados Unidos intervienen en defensa de la libertad (la suya, pero también la nuestra) fuera de sus fronteras, pero se estremecen de miedo si los Estados Unidos se refugian en el aislacionismo. No quieren que el "enemigo" los abandone; se agarran a él con desesperación de "amigo".

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