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Mark W. Hendrickson

La debacle se acentúa

Es cierto que la moneda estadounidense sigue siendo enormemente atractiva en comparación con el dólar de Zimbabwe, cuya inflación alcanza varios miles por ciento, pero no deja de ser un consuelo de tontos.

Precario, inquietante, desalentador, lamentable, vulnerable, peligroso... estos son sólo algunos de los adjetivos que describen la condición actual de los mercados financieros norteamericanos. En diciembre ya escribí sobre esta crisis haciendo la predicción de que la Reserva Federal sacrificaría el dólar para evitar así una quiebra total de nuestros mercados crediticios. Mis tesis siguen siendo válidas.

El oro se cambia ahora a más de 1000 dólares la onza, un hecho que coincide en el tiempo con la publicación del último informe del Índice de Precios al Consumo que marca una inflación cero, lo que supone una yuxtaposición desagradable que es probable que erosione cualquier credibilidad que todavía pudieran conservar las estadísticas oficiales del Gobierno. La bolsa sigue languideciendo, hundiéndose de manera enfermiza tras cada efímera tentativa de crear un despegue sostenible. El dólar norteamericano sigue marcando mínimos históricos y absolutos frente al euro, el yen, la libra, el dólar canadiense, el australiano, y el neozelandés, el real brasileño y un puñado de divisas más. Es cierto que la moneda estadounidense sigue siendo enormemente atractiva en comparación con el dólar de Zimbabwe, cuya inflación alcanza varios miles por ciento, pero no deja de ser un consuelo de tontos.

Cuando esbocé la crisis en diciembre, me referí a lo que la Reserva Federal llama clínicamente "inyecciones de liquidez", que llegaban a la impresionante cifra de 10.000 ó 20.000 millones de dólares en un sólo día. ¡Ah, los buenos viejos tiempos! El 11 de marzo, la Reserva anunció que inyectaba más fondos, pero añadiendo un cero adicional a la cifra: fue de 200.000 millones. Según algunos medios, la cifra en realidad los 280.000 millones. Aunque no sabría decir cuál de las dos se acercaba más a la verdad, lo que sí se puede concluir es que cuando 80.000 millones de dólares empiezan a parecer un error de redondeo la situación monetaria es muy desesperada.

Los más de 200.000 millones de dólares fueron repartidos entre las instituciones financieras en forma de préstamos a 28 días y entregados a cambio de garantías subsidiarias consistentes en esos infames valores de respaldo hipotecario y sus derivados que todo el mundo intenta sacarse de encima, como si fuera la "falsa monea". Por resumir, esas garantías tienen valor en el mercado bastante escaso, si es que tienen alguno. La Reserva Federal extendió estos créditos para dar tiempo a esas instituciones a reforzar sus cuentas. Teóricamente volverían a adquirir esos valores en cuestión de cuatro semanas. No cuente con ello. Si la Reserva no estuvo dispuesta a permitir que estas instituciones insolventes quebrasen en marzo, ¿cree usted realmente que va a devolver de golpe la basura financiera a esos balances débiles, arruinando a esas compañías en abril?

Podemos contar con más descubiertos por valor de cientos de millones. Después de todo, Dios sabe cuántos trillones de dólares de dudosos valores de respaldo hipotecario y sus sucedáneos habrá en el mercado, Al establecerse como comprador de último recurso de detritus financiero, la Fed aparenta estar dispuesta a absorber tanta basura como necesiten liberar para sobrevivir las instituciones financieras clave.

Eso plantea otra pregunta: ¿qué instituciones financieras son clave? Dada la complejidad de inversiones y contratos entrelazados entre diversas firmas, nadie puede decir dónde se encuentra la frontera de demarcación entre las firmas que la Reserva debería permitir arruinarse y aquellas que considera "demasiado grandes para derrumbarse". Claramente, Bear Stearns era una de las últimas. Era uno de los principales distribuidores y sociedades gestoras de los trillones de dólares de deuda existentes del Tío Sam. Este es el motivo de que la Reserva Federal proporcionase fondos a JP Morgan para absorber Bear Stearns al precio simbólico de 2 dólares por acción, más de 150 dólares la acción menos de lo que se pagaba el pasado noviembre por la venerable pero súbitamente insolvente firma.

La Reserva ha fijado un peligroso precedente con sus acciones recientes. Desde su punto de vista, sus extraordinarias acciones son el menor de dos males, siendo la lúgubre alternativa permitir que los mercados se colapsen y paralicen nuestra economía entera. Políticamente, entregar centenares de miles de millones de dólares a firmas de Wall Street que pagan primas de 5, 6, y 7 ceros a sus empleados, mientras el americanito de a pie teme por su puesto de trabajo y lucha por llegar a fin de mes, despeja el camino a la peor demagogia, especialmente en año de elecciones. Económicamente, el declive del dólar puede acelerarse y convertirse en pánico, exacerbando la situación actual en la que el valor de los activos primarios de la clase media de América –vivienda, ahorros, etc.– sigue empeorando al tiempo que los precios de los bienes que necesitamos comprar siguen subiendo.

Las gráficas de precios del índice de mercancías y del dólar han entrado en una etapa en la que la primera crece y la segunda cae describiendo una parábola. Tal fenómeno normalmente tiene un ciclo vital corto y augura un repunte. ¿Sucederá pronto ese refuerzo del dólar y desaceleración de las subidas de los precios, o conducirá la rápida introducción de papel en circulación a un ascenso casi vertical e hiperinflacionario de los precios de las mercancías, acompañado de un dólar en caída libre? La respuesta a esa pregunta quedará determinada por las medidas tomadas por el presidente de la Reserva Ben Bernanke y sus colegas en las próximas semanas y meses. Mantengan abrochados sus cinturones.

En Libre Mercado

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