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Antonio Golmar

ZP, Sebastián y los pobres del mundo

Se dice que los liberales no tenemos sentimientos. No sé a ustedes, pero a mí la escasez y la necesidad me parten el corazón, sobre todo cuando son gratuitas. Pero a quien todo esto le importa un rábano es al superministro Sebastián

Hace tiempo que no escucho a mis amigos clamar por el precio justo de las materias primas. Será que desde que Starbucks subió sus precios a algunos pijiprogres de postín les ha comido la lengua el gato.

¿Recuerdan aquella monserga? Sí, lo de que el día en que el arroz, el trigo, el café y no sé cuántas cosas más se vendieran por lo que valen el mundo sería un lugar mejor. No sé si mejor, pero desde luego mucho más peligroso, agitado y hambriento. A esta situación nos ha llevado la subida de algunos productos de primera necesidad ocasionada entre otras cosas por la decisión de un puñado de burócratas de Washington, Bruselas y Madrid. ¡Apostemos por los nuevos combustibles! ¡Hazte verde! ¡No a los transgénicos!

Que se lo cuenten a las multitudes que claman en el Tercer Mundo, o a las sufridas amas de casa inglesas y alemanas que de pronto han descubierto las virtudes milagrosas de reducir el consumo de fruta, carne y lácteos. O a los pensionistas de mi barrio, que de la noche a la mañana han decidido que cargar con las bolsas de la compra desde un supermercado barato sin servicio a domicilio es el mejor remedio contra el reuma.

Se dice que los liberales no tenemos sentimientos. No sé a ustedes, pero a mí la escasez y la necesidad me parten el corazón, sobre todo cuando son gratuitas. Pero a quien todo esto le importa un rábano es al superministro Sebastián, ese que hace poco más de un año hacía gala de su origen humilde como mérito esencial para encabezar la candidatura socialista al Ayuntamiento de Madrid. ¡Qué pronto se le olvidó! Por su parte, el poderoso ZP anuncia en la FAO la entrega de una limosna de 500 millones de euros. Que no haya un niño con hambre en el mundo, dice muy ufano. Pero si son él y sus amigos los que les han puesto a dieta a base de ecologismo barato y altermundismo de tercera. Con una mano me la das y con otra me la quitas, egoísta.

Al fenomenal embrollo sobre la cuantía final de la subida del recibo de la luz, se suma ahora la creación de unas tarifas especiales que incentivarán el ahorro y ayudarán a los que menos tienen. A eso los cubanos, que saben de estas cosas, le llaman racionamiento, y los más viejos de este lugar economía de guerra. ZP, ese nuevo Príncipe de la Paz, y su discípulo más amado nos devuelven de golpe y porrazo a la posguerra. Ignoraba que la memoria histórica diera para tanto.

Eso sí, de energía nuclear nada. Qué importa que los ingenieros estén investigando nuevos sistemas para medir las emisiones radiactivas de las centrales nucleares de cuarta generación, ya que la radiación registrada en el exterior es cero. ¿Y que me dicen de los residuos? Se han reducido a una mínima parte debido a la reutilización de materiales. Mejor llenar España de molinos y placas solares, a ver si por fin conseguimos espantar el anticiclón de las Azores, tapar el sol y morirnos de frío debido al calentamiento global –léase arrogancia total– de Sebas y sus colegas.

Si no me creen, pregunten a un experto. ¿Qué superficie de placas solares se necesita para reducir nuestra dependencia energética del exterior en un 20%? Unas 10 provincias.

En Europa ya están dando marcha atrás. Hace unos días el Consejo Económico y Social le dijo al Gobierno que su célebre plan contra el cambio climático es una tontería y que nos puede  costar un ojo de la cara. ¿Qué ha respondido el portavoz del Grupo Socialista en el Congreso? Que eso es algo que él todavía no ha podido estudiar. Ni falta que hace. Basta con saber leer. Tal vez sea por eso que los nacionalistas vascos han solicitado el traslado de la Comisión Nacional de la Energía a su región. Después de todo, el cielo de Bilbao es lo más parecido que tenemos a la atmósfera de Blade Runner.

¿Otro mundo es posible?  Virgencita, virgencita, que me quede como estoy.

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