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Fundación Heritage

La contribución norteamericana a la prosperidad europea

El éxito del Plan Marshall estuvo decisivamente ligado a la capacidad de los receptores de la ayuda de hacer buen uso de ella.

Helle Dale

¿Sabía usted que el presidente Bush abandonó Washington el lunes pasado para hacer un viaje de una semana a Europa? Desafortunadamente, los presidentes que van camino de dejar el poder no suelen llenar tantos titulares de prensa como la competencia entre sus potenciales sucesores. En su última visita al continente como presidente, Bush está yendo a ver a los amigos de Estados Unidos y haciendo un esfuerzo para consolidar el vínculo transatlántico.

En la lista de países a visitar está Eslovenia, donde el presidente participó el martes en la cumbre anual Estados Unidos-Unión Europea, además de Alemania, Italia y Francia. En todos estos países, Bush se reúne con líderes que ven a Estados Unidos como un amigo: Angela Merkel, Silvio Berlusconi y Nicolas Sarkozy. Luego está el primer ministro británico Gordon Brown, que no ha resultado ser tan amigo como sin duda esperaba la Casa Blanca. Y Bush presentará sus respetos a la reina Isabel II. Acabará su tour en Belfast, Irlanda del Norte, para celebrar ese intento de compartir el poder entre protestantes y católicos. El viaje ciertamente ilustra que la política exterior americana no se conduce en un vacío unilateralista.

No obstante, hay un asunto y un propósito histórico detrás de la visita del presidente. Su visita a Europa coincide con el 60 aniversario del Plan Marshall y del Puente Aéreo de Berlín, que son, sin duda alguna, los programas norteamericanos de ayuda exterior más importantes que jamás se hayan puesto en marcha. Desde entonces, el Plan Marshall se ha convertido en la etiqueta que se le pone a todos los planes de los que defienden programas masivos de ayuda exterior: Hemos visto planes Marshall propuestos para la antigua Unión Soviética, África, Irak y Afganistán. Bush mismo ha hablado de un Plan Marshall para Oriente Próximo. Por ello, es importante echarle una mirada a lo que el Plan Marshall realmente hizo y lo que no hizo.

Juntos, el Plan Marshall y el Puente Aéreo de Berlín transformaron el destino de Europa Occidental, ya que estaba abocada a caer bajo el dominio comunista tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial. En la historia de la diplomacia de Estados Unidos, no ha habido una iniciativa más exitosa que el insólito reparto aéreo de alimentos y carbón a Berlín Occidental, que había sido aislado por los soviéticos. Los pilotos americanos que apenas unos años antes habían estado tirando bombas a la ciudad, ahora tiraban "bombas de caramelos" a los niños de Berlín. Eso ayudó enormemente a mejorar la imagen de Estados Unidos incluso entre los alemanes hartos de la guerra.

El Plan Marshall –así denominado en honor del secretario de Estado norteamericano George C. Marshall y conocido en ese entonces como el Programa de Reconstrucción Europea– se puso en marcha en 1948 para ayudar a que se levantara el devastado continente europeo. Fue una declaración de liderazgo norteamericano a gran escala. El compromiso inicial del Congreso norteamericano cuando aprobó el plan era de 13.300 millones de dólares durante cuatro años (que serían más de 100.000 millones en dólares de ahora). La oferta de ayuda se hizo a toda Europa, pero sólo los países libres de la dominación soviética pudieron aceptar. De todos los países en el itinerario de Bush, sólo Eslovenia no tuvo esa oportunidad.

La más importante de las características del Plan Marshall fue que dejó la responsabilidad de la reconstrucción a los europeos. La financiación se canalizó a través de los bancos centrales europeos. La Administración de Cooperación Económica de Estados Unidos trabajó con cada país para crear un plan con una misión única. También se basaba en la competencia; los países europeos pujaron entre ellos para hacerse con las mercancías que Estados Unidos donaba y luego las revendían. Usaban esos ingresos para reconstruir sus infraestructuras. Y finalmente, la cooperación entre los países europeos se vio fomentada por la Unión Europea de Pagos que se fundó en 1950. Esto consolidó las deudas europeas y unificó las economías europeas, con el objetivo de que ningún país en particular emergiera como superpotencia económica.

Helmut Schmidt, en un artículo de la revista Foreign Affairs de 1977, comentó que el éxito del Plan Marshall estuvo decisivamente ligado a la capacidad de los receptores de la ayuda de hacer buen uso de ella. "La ayuda de Marshall fue exitosa porque Europa ya tenía un antiguo legado emprendedor, una base de ingenio para los negocios, un alto nivel de educación general así como aptitudes para la ingeniería. Ningún Plan Marshall puede tener éxito cuando esos prerrequisitos no existen. "

Donde no existe semejante comprensión de la economía y la cultura política no puede funcionar un Plan Marshall. Aunque los programas de ayuda exterior pueden tener su propia motivación política o humanitaria, tienen que concebirse sobre una base que ayude a producir esos importantes factores. Y es pertinente tener unas expectativas mucho más bajas a la hora de compararlos con el espectacular éxito del Plan Marshall. Aquí es donde tienen un rol los programas gubernamentales como la Fundación Nacional para la Democracia, (National Endowment for Democracy), el Centro para la Empresa Privada Internacional y la Cuenta del Desafío del Milenio.

Mientras tanto, Bush puede sentirse reconfortado al ver la prosperidad y el éxito de esos países en su visita europea. El visionario liderazgo y la generosidad de los norteamericanos jugaron un importante papel en ellos.

©2008 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg

Helle Dale es directora del Centro Douglas y Sarah Allison para Estudios de Asuntos Exteriores y de Defensa de la Fundación Heritage. Sus artículos se pueden leer en el Wall Street Journal, Washington Times, Policy Review y The Weekly Standard. Además, es comentarista de política nacional e internacional en CNN, MSNBC, Fox News y la BBC.

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