Estamos en la primera semana de septiembre, han pasado siete meses desde las elecciones generales y, sin embargo, una cosa está clara: políticamente no ha comenzado la legislatura. Un tiempo totalmente perdido. Aunque hayan pasado muchas cosas, ninguna de ellas ha sido buena.
Primero, los cuatro largos meses de crisis interna del Partido Popular. Cuatro meses sin oposición, con los populares enzarzados en unas guerras internas de una virulencia como no se recordaba en la calle Génova. Mientras tanto el Gobierno Zapatero sesteando, de aquí para allá. Bibiana con su teléfono; Sebastián, el aire acondicionado y la corbatas; Chacón, de estrella mediática; Solbes empecinado en que no hay crisis; y todo el Gobierno obviando el plan independentista de Ibarretxe. Entretenidos con sus historietas, pensando que de esa forma se podía despistar a la opinión pública.
Tanto han apurado, que ahora a la vuelta del verano se han encontrado con todo el pastel. Una crisis económica galopante, cruel, demoledora, que está dejando las cuentas corrientes de los españoles bajo mínimos y las tarjetas de crédito a cero. El Gobierno no ha movido un dedo hasta el momento y ahora que comienza a desperezarse se ha quedado petrificado por la avalancha. Además, su mayoría minoritaria no le permite pensar en otra cosa que no sean los Presupuestos Generales del Estado, para los que necesitan a los nacionalistas. Lo que todavía no sabemos es a cambio de qué; pero seguro que va a ser mucho. Los nacionalistas pedirán mil, para llevarse novecientos noventa y nueve.
Zapatero, al final, se ha dado de bruces con lo que durante tanto tiempo ha negado, mintiendo a los españoles. Lo que iba a ser un paseo triunfal para el presidente se ha convertido en un túnel negro y largo, una cuesta arriba, empinada y tortuosa. Nos vendieron el no va más, pero tiene toda la pinta de convertirse en un fracaso. La inutilidad del Gobierno no deja lugar a dudas.