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Agapito Maestre

La única esperanza

La novedad, por eso es novedad, de la próxima cumbre de Washington puede girar hacia lo mejor o hacia lo peor, pero nadie con sentido común puede cuestionar su relevancia. Su esperanza.

Sócrates tenía razón: para ver el sol es mejor estudiarlo en el agua. El sol visto de frente hace daño. También para conocer la verdad sería preferible observarla en su reflejo, en su representación, y seguir el cambio de sus formas en la palpitación del tiempo. Es menester buscar esa verdad allí donde no está sino su imagen. ¿Dónde mejor que en los medios de comunicación para observar el reflejo de la verdad de la crisis financiera y económica? Quizá exista, pero yo lo desconozco o no sé hallarlo. Por lo tanto, mantengo que los medios de comunicación, a pesar de todos sus límites, constituyen el mejor ámbito para observar la verdad de la crisis que nos tiene el alma encogida.

La prensa mundial, en particular, es el espejo de una verdad, casi se ha convertido ya en una creencia, incontrovertible: la crisis económica afecta al mundo entero. Toda ella es, pues, unánime a la hora de levantar acta de la universalidad de la crisis, aunque algunos países, como es el caso de España, tengan unas peculiaridades especiales derivadas de sus malos Gobiernos. Pero hay algo aún más importante, algo que nos hace albergar ciertas expectativas, que ha reflejado la prensa con el temblor propio del que toma el pulso a la actualidad. Me refiero a que ningún periódico, casi ningún medio de comunicación serio, ha dejado de referirse a que esta crisis ha generado un consenso inédito con respecto a otras crisis precedentes. Sí, sí, nadie cuestiona que es menester atajarla de modo coordinado entre todos los países del mundo.

Sin ánimo de teorizar y menos de soltar una soflama normativa, creo que en esa conclusión está alojada la única esperanza para los ciudadanos del mundo en general, y de España en particular. Ahí reside una de las novedades más relevantes de esta crisis. Este novum no será fácil de predecir. Quien ose determinarlo a priori con la soberbia del historicista, o peor, del bravucón que tapa la realidad con el ruido de sus adjetivos, no sólo corre el riesgo de equivocarse, sino que estará negando la novedad de la situación histórica. La novedad, por eso es novedad, de la próxima cumbre de Washington puede girar hacia lo mejor o hacia lo peor, pero nadie con sentido común puede cuestionar su relevancia. Su esperanza.

Alguien podría objetarnos que ya existía un precedente de esa urgencia, o mejor, una necesidad de dar una respuesta coordinada de carácter universal. Cierto, la reunión de Bretton Woods entre los 44 países aliados de 22 julio de 1944 puede citarse como un antecedente de la que tendrá lugar el próximo mes en EEUU; pero tampoco nadie podría negar las diferencias entre esos dos acontecimientos, que resultan tan obvias que da rubor recordarlas. En cualquier caso, hagan el experimento intelectual de negar por un momento esta reunión, o sea, imaginen que nadie hubiera convocado esta Cumbre, o peor, que hubiera sido convocada y alguno de los grandes países se hubiera negado a asistir... ¡Suena raro! Sin duda. Suenan tan raro como tildar a esa reunión de "cenagosa" antes de haberse realizado. Quizá, por qué no, pudiera llegar a ser una reunión cenagosa, o peor, fatal, pero ¿por qué iba a renunciar yo a la fatalidad? Después de todo, como me enseñaron mis maestros liberales, "la esperanza rescatada de la fatalidad es la libertad".

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