"¡Es culpa de la desregulación!"
Esa es la explicación más común del actual desastre económico. Barack Obama decía: "Este es el veredicto de condena a las fracasadas políticas económicas de los ocho últimos años que esencialmente decían que debíamos retirar las regulaciones, las protecciones al consumidor, dejar al mercado a su aire y la prosperidad nos llovería del cielo a todos".
¿Es la desregulación la culpable? No puede serlo. No ha habido ninguna desregulación relevante durante los 25 últimos años. Mientras tanto, instituciones altamente reguladas sí concedieron de manera compulsiva hipotecas de alto riesgo garantizadas por el Gobierno, estimulando así el exceso de construcción inmobiliaria y una burbuja insostenible de precios.
Y si la desregulación no era el problema, la re-regulación tampoco es la solución. Resulta casi intuitivo creer que con la regulación pueden evitarse los problemas, pero pocas veces es cierto. En primer lugar, ¿cómo sabrán qué hacer los reguladores? Dejando a un lado las ideas preconcebidas que puedan tener, ¿cómo puede comprender un reducido grupo de personas el funcionamiento de un mercado como para regularlo de manera adecuado? Los mercados (y especialmente los mercados financieros) son mucho más complejos de lo que puede entender ligeramente cualquier mente individual. Están compuestos de muchos millones de participantes que toman innumerables decisiones basándose en la intuición y en conocimientos que no son explícitos y articulables. Intentar regular una actividad así exige un conocimiento que nadie tiene.
De hecho, para regular con rigor estos mercados debería imponerse el "principio de precaución", la idea favorita de muchos ecologistas, especialmente en Europa. Este principio prohíbe cualquier producto o actividad que no sea segura con un margen de error del 0%. Suena razonable. Pero Ron Bailey, de Reason, señala lo que significa realmente: "nunca seas el primero en hacer algo". Mala idea. El mundo necesita innovadores e inventores. Necesitamos gente que intente cosas por primera vez.
El ganador del Premio Nobel Friedrich Hayek enfatizaba que los planificadores del Gobierno sufren un "problema de información" porque "el conocimiento de las circunstancias de las que tienen que hacer uso nunca existe de forma concentrada o integrada, sino que sólo está presente en forma de fragmentos dispersos de información".
En otras palabras, el planificador o regulador no puede saber de ninguna manera lo que sí "sabe" la multitud en un mercado. Por este motivo, lo que los reguladores realmente hacen es constreñir a los participantes de un mercado, evitando que la innovación genere prosperidad para todos nosotros.
Otro economista de la escuela austriaca, Israel Kirzner, aplicaba las conclusiones de Hayek al caso de una regulación típica, demostrando cómo necesariamente ha de interferir en el proceso de mercado y el sistema de pérdidas y ganancias que contiene información vital para los agentes de mercado.
Incluso si los resultados actuales del mercado en algún sentido se consideran insatisfactorios, la intervención no se puede considerarse como la solución correcta por necesidad lógica. La intervención deliberada del Estado no sólo serviría como sustituto imperfecto del proceso de mercado, sino que también impediría los necesarios procesos espontáneos de descubrimiento.
Kirzner señala que incluso si nuestros problemas fueran consecuencia de los fallos del mercado –y con tanta intervención, ¿cómo podrían serlo?– no hay motivo para creer que el Gobierno pueda hacer un trabajo mejor. Muy al contrario.
La renovada relevancia de sus ideas debería estar clara a estas alturas. Las intervenciones actuales evitan que los agentes del mercado se ajusten a las nuevas condiciones. Los bancos podrían estar deseando vender sus préstamos dudosos a inversores con un descuento importante, ¿pero por qué hacer eso si el Gobierno nos va a rescatar a todos? ¿Por qué no esperar a ver si puedes obtener un precio mejor? Con los políticos alterando constantemente los detalles del rescate, si vendes a un gran descuento podrías ser acusado más tarde de negligencia.
La incertidumbre que genera el contenido de las regulaciones futuras sólo asfixia la posibilidad de que el mercado busque soluciones. Y es que, pese a que los mercados no son perfectos, sí están compuestos de personas que toman sus mejores decisiones (aun cuando esas decisiones no sean perfectas). Es cierto que, bajo determinadas circunstancias, algunas actividades del mercado (como la especulación o la venta al descubierto) pueden perjudicar a inversores inocentes. Pero aquellos que dicen que el Gobierno es el mejor garante frente al riesgo se equivocan, porque el problema del conocimiento es un obstáculo insalvable.
Solamente existe una forma real de proteger al público: la transparencia en las cuentas. Nada concentra mejor la mente que la perspectiva de quiebra.