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Juan Morote

Control sí, intervención no

El sector de nuestra economía más intervenido es el sector financiero, donde los bancos centrales gestionan, bajo criterios políticos, la emisión de dinero en régimen de monopolio, así como la fijación de su precio.

Estamos asistiendo estos días a una confusión premeditada entre lo que es el control por parte de las autoridades de determinados sectores de la actividad económica, como es el sector financiero, y la intervención descontrolada y voraz del poder público en la economía.

La crisis que padecemos se ha revelado como la excusa perfecta para agredir al capitalismo y a la economía de libre mercado. Entendemos por economía de mercado aquella en la que los poderes públicos se limitan a garantizar los derechos fundamentales de los ciudadanos y a asumir un papel claramente subsidiario en la prestación de bienes o servicios.

Como ya dijera Adam Smith en el primer libro de La Riqueza de las Naciones, y aunque les pese a muchos, sólo el sistema capitalista ha sido capaz de explotar en beneficio de todos la especialización y diversificación del trabajo, logrando así el acceso de una gran mayoría de personas a un universo de bienes de consumo a un precio óptimo.

Sin embargo, asistimos a una negación cerril de las bondades del capitalismo en aras de unos cantos de sirena que proclaman la expansión de los Gobiernos, el reforzamiento de las fronteras y un incremento de los impuestos. Todo esto so pretexto del fracaso evidente del modelo capitalista actual. Lo que todos estos ignoran es que lo que ha tocado a su fin es la economía intervenida. El sistema capitalista de verdad, desgraciadamente, aún no lo hemos probado. Aunque lamentablemente sí conocemos el fracaso del sistema intervencionista o planificado.

El sector de nuestra economía más intervenido es el sector financiero, donde los bancos centrales gestionan, bajo criterios políticos, la emisión de dinero en régimen de monopolio, así como la fijación de su precio. En el mercado del acero el equivalente sería que el Estado produjese todo el acero, los distribuidores tuvieran que acceder a serlo mediante una licencia y, además, los productos derivados que fabricasen fuesen supervisados y aprobados por una autoridad estatal. A nadie sensato se le ocurriría aquí hablar de fracaso de la libertad, sino del control o planificación.

Los voceros de la crisis del capitalismo, que ahora surgen por doquier, son los mismos que auguraban a toda la humanidad un sinfín de padecimientos si no parábamos la globalización. Prefieren ignorar que la globalización ha sacado de la miseria a países como Taiwán, Vietnam, India, Chile, Zambia, Benin, Botswana o Corea del Sur. También niegan sin parpadear que los últimos veinticinco años han sido los más prósperos en la lucha contra la pobreza a nivel mundial.

Estos mismos profetas del apocalipsis, por supuesto mal entendido, son los que niegan que las dictaduras comunistas, los Estados débiles y las luchas tribales, son los que de verdad impiden consolidar estructuras políticas –ergo económicas– sólidas. Siendo al mismo tiempo los responsables del hambre en África. Ellos, los progres, prefieren seguir con los argumentos de película de cine de "serie b" de la icónica explotación por parte de multinacionales.

Por lo tanto, mantengamos lo que ha funcionado bien, incrementemos la globalización, fomentemos los Gobiernos democráticos allá donde hay dictaduras, derribemos barreras arancelarias, reduzcamos los impuestos y por supuesto mejoremos los sistemas de control del sistema financiero a nivel mundial, pero que Dios nos libre de una mayor intervención a manos de aquellos que no vienen de la gran tribulación.

En Libre Mercado

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