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Walter Williams

El Estado legitima la maldad

¿Apoyaría usted una legislación pública que obligara a uno de sus vecinos a cortar el césped de una anciana viuda cada semana? Y en caso de no obedecer las órdenes del Gobierno, ¿sería usted partidario de aplicar algún tipo de sanción?

A los actos perversos se les puede dar un aire de legitimidad moral mediante expresiones socialistas que suenan bien: por ejemplo, "repartir la riqueza", "redistribuir la renta" o "ayudar a los más desfavorecidos". Pero reflexionemos un poco sobre el socialismo.

Imagine que al otro extremo de su calle vive una anciana viuda, que no tiene fuerzas para cortar el césped y tampoco suficiente dinero para contratar a alguien que lo haga por ella. Le voy a hacer una pregunta aunque casi me da miedo su respuesta: ¿apoyaría usted una legislación pública que obligara a uno de sus vecinos a cortar el césped de la dama cada semana? Y en caso de no obedecer las órdenes del Gobierno, ¿sería usted partidario de aplicar algún tipo de sanción como una multa, arresto domiciliario o pena de cárcel? Supongo que el estadounidense medio se opondría a un mandato gubernamental de este tipo porque sería equivalente a la esclavitud: obligar a una persona a servir los intereses de otra.

Sin embargo, ¿se produciría la misma condena si en lugar de obligar al vecino a cortar físicamente el césped de la viuda, el Gobierno le forzara a darle 40 dólares de su sueldo semanal para que lo hiciera? Yo no veo una gran diferencia entre ambas órdenes; aun cuando la forma externa de cada mandato sea distinta, su naturaleza sigue siendo la misma: coaccionar a una persona para beneficiar a otra.

Por si queremos seguir rizando el rizo: probablemente, la mayoría de los estadounidenses apoyaría la medida si se extendiera a todos los vecinos la obligación de poner dinero en un fondo común público y una agencia gubernamental enviara a la viuda una cantidad semanal de 40 dólares para contratar a alguien que cortara su césped. Este mecanismo hace invisible a la víctima concreta, pero sigue reduciéndose a que una persona está obligada a servir los fines de otra. Poner el dinero en un fondo común del Gobierno legitima actos que de otra manera resultarían moralmente ofensivos.

Por esta razón el socialismo es ruin: utiliza medios ruines (la coacción o el robo de la propiedad ajena) para alcanzar fines positivos, como ayudar al prójimo. No obstante, debemos saber apreciar la diferencia: ayudar al prójimo en momentos de necesidad echando mano de nuestro propio bolsillo es un acto encomiable y loable. Hacer lo propio a través de la coacción y echando mano del bolsillo ajeno no tiene nada de encomiable, sino que es digno de condena.

Algunas personas podrían afirmar que estamos en una democracia donde la mayoría acepta el uso a la fuerza sobre una persona para favorecer a otra. Pero, ¿el consenso de la mayoría confiere moralidad a un acto que en otras circunstancias se juzgaría inmoral? En otras palabras, si la mayoría de los vecinos de la viuda votara a favor de obligar a un vecino a cortar su césped, ¿sería un acto moral?

No creo que pueda defenderse moralmente la coacción a una persona para cumplir los designios de otra. Pero esa conclusión no es en absoluto tan importante como el hecho de que muchos de mis compatriotas apoyan abiertamente que la gente pueda ser utilizada por el Gobierno. Me gustaría pensar que se debe a que no saben que más de dos tercios del presupuesto federal equivale a abusar de unos estadounidenses para provecho de otros. Por supuesto, se podría considerar justicia compensatoria; por ejemplo, un estadounidense podría decir, "Los granjeros obligan al Congreso a utilizarme para cubrir sus necesidades. Yo voy a hacer lo propio y pedir que el Congreso obligue a alguien a cubrir mis necesidades subvencionando la educación superior de mi hijo".

El meollo de la cuestión es que nos hemos convertido en una nación de ladrones, un escenario que rechazarían de plano nuestros padres fundadores. James Madison se horrorizó cuando el Congreso destinó 15.000 dólares a ayudar a los refugiados franceses. Dijo: "Soy incapaz de encontrar el artículo de la Constitución que conceda al Congreso el derecho a gastar el dinero de su electorado en benevolencia". Por desgracia, los estadounidenses de hoy en día se desharían de Madison tan pronto como pudieran.

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