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Ignacio Villa

Tufillo a corrupción

Cada vez que Rodríguez Zapatero mete mano en el sector privado se arma un lío. Se trata siempre de la misma historia que despierta un cierto tufillo felipista, esto es, la percepción de la corrupción y del amiguismo en estado puro.

La posible entrada de la rusa Lukoil en la española Repsol ha dejado de ser una operación empresarial más o menos admisible para convertirse en un auténtico culebrón. Cada vez que Rodríguez Zapatero mete mano en el sector privado se arma un lío.

Ha pasado ya en varias ocasiones desde que llegó al poder: BBVA, Endesa y ahora le toca el turno a Repsol. Al final, se trata siempre de la misma historia que despierta un cierto tufillo felipista, esto es, la percepción de la corrupción y del amiguismo en estado puro. El poder emborracha y Zapatero no es ajeno a ello: con este nuevo escándalo, está ofreciendo una imagen auténticamente lamentable.

Cada día que pasa conocemos nuevos datos sobre la Oficina de Influencias en que el presidente ha convertido al Palacio de la Moncloa. Y es que los tejemanejes se realizan con tanta torpeza e ineptitud que en seguida se disparan todas las alarmas; la gestión de Zapatero en el terreno empresarial siempre deja aflorar todos los tintes típicos de la corrupción gubernamental.

A estas alturas, no sabemos todavía qué puede ocurrir con Repsol. Es más, la experiencia nos dice que se puede esperar cualquier cosa, pero ninguna buena. Los socialistas son capaces de todo antes que dar su brazo a torcer. El ejemplo más claro ha sido el reconocimiento de los créditos que el ICO facilitó a Sacyr para que pudiera entrar en el accionariado de Repsol por sugerencia de La Moncloa. Sabemos poco y lo poco que sabemos es para echarse a temblar. Y esto no ha hecho más que empezar.
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