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Jorge Vilches

Demagogia y atonía

No es extraordinario que en momentos de crisis aguda la insatisfacción y la desconfianza vayan unidas, ni que la demagogia anide en los discursos políticos. Lo que sí sorprende, y entristece, es la falta de respuesta social.

En los casos de emergencia nacional, y una crisis económica de la envergadura que padecemos lo es, el sentido de inseguridad personal es grande. Entre la gente, las consecuencias sociales de la situación generan miedo e incertidumbre, emociones que se agravan cuando hay un alto índice de desconfianza e insatisfacción respecto al Gobierno. El temor y la falta de confianza de la ciudadanía excitan en algunos políticos el ánimo de aumentar la dosis de demagogia. Y la demagogia en periodo de crisis construye la esperanza en la aparición de un salvador, de un héroe capaz de vislumbrar por sí solo la solución. Se obtiene así un líder, que aunque sea precario, es el elemento imprescindible de cualquier organización política que aspire al poder. Esto explica, como no podía ser de otra manera, la multiplicación de los peces y los panes presupuestarios, y la preocupación por la imagen pública del jefe de filas.

La demagogia es gratis, e incluso rentable a pesar de que quede al descubierto como ha demostrado el presidente Zapatero, cuya popularidad apenas mengua. Pero incluso el papel de demagogo, con perdón, precisa de la contratación de un buen equipo de asesores de imagen. Y en caso de peligro, el líder se enroca y se sacrifican las piezas menores, como Magdalena Álvarez, o el hasta ahora silente ministro de Trabajo, Celestino Corbacho Chaves. La maniobra es harto conocida, y sólo profundiza el malestar, la desconfianza y el pesimismo. 

La sensación general es que la sociedad española se encuentra totalmente desamparada frente a la crisis económica; es decir, que se percibe con toda su crudeza que el Gobierno de España carece de talento e iniciativas para remediar la crisis y paliar las tragedias individuales que produce. La labor del Ejecutivo se limita a los deseos y a las promesas sin que exista un auténtico plan de reflote de la economía en ninguno de sus sectores. Nos hallamos, tan sólo, ante el reparto de fondos entre instituciones bancarias y administraciones locales, asistiendo en un silencio muy significativo a la puesta en escena del discurso vacío del Ejecutivo.

No es extraordinario que en momentos de crisis aguda la insatisfacción y la desconfianza vayan unidas, ni que la demagogia anide en los discursos políticos. Lo que sí sorprende, y entristece, es la falta de respuesta social; que ante una situación de esta naturaleza no exista una reacción social, no ya de los sindicatos –si gobernara el PP sólo oiríamos hablar de huelga general– sino de la sociedad civil. Porque a pesar de todo, el PSOE de Zapatero sigue fuerte en las encuestas electorales, dando la sensación de que el partido de la oposición no puede ganarle ni siquiera cuando la economía va enormemente mal. Quizá se deba a que el hombre occidental ha preferido casi siempre la seguridad a la libertad, sobre todo cuando ésta última la ha creído garantizada, inútil o secundaria. No sé si los grupos de asesores de imagen habrán captado la envergadura de esta atonía, porque esta vez no se trata de vender un refresco burbujeante. Es algo que va más allá del resultado de las próximas elecciones. Si no espabilan, alguien vendrá y presentará la fórmula.

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