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Carlos Rodríguez Braun

De Forges a Anguita

El segundo error de Anguita estriba en la identificación entre Estado y mercado, es decir, en el establecimiento de la armonía imposible entre coacción y libertad.

En homenaje a Mingote, publicó ABC un dibujo de Forges que aprovechaba para la prédica políticamente correcta y hablaba del “déficit cero, que es eso que les gusta tanto a los neoliberales”. En El Economista recomendó Julio Anguita evitar la “fatal opción entre el mercado librado a su lógica y a sus anchas o la planificación burocrática. Se trata de una integración mutua entre planificación y mercado; la primera cumple la función de dar coherencia y eficacia a las grandes decisiones sociales y el segundo se erige en el instrumento de expresión de las preferencias colectivas”.

Es difícil saber qué quieren decir con neoliberalismo, pero evidentemente deben referirse a algo actual, puesto que el prefijo neo significa nuevo o reciente. El rechazo del déficit público por parte de los liberales es cualquier cosa menos nuevo. El “santo temor al déficit” era algo propio del siglo XIX y estaba asociado, por cierto, a niveles modestos de gasto público. La crítica al déficit se fundaba en temores aún más antiguos, puesto que en el siglo XVIII Adam Smith ya había advertido del riesgo de que los Estados pudiesen incurrir en déficits y por lo tanto en más endeudamiento: ese riesgo era la expansión del poder político sobre las libertades ciudadanas. No tiene razón Forges, pues, al aludir a la preocupación por el déficit como algo nuevo. Pero además, tampoco la tiene al sugerir que es algo característico de los liberales, porque los actuales socialistas no sólo condenaron el déficit sino que durante todos estos años se enorgullecieron de su superávit. Incluso ahora, cuando van a extender el déficit y la deuda, aseguran que sólo es algo temporal debido a la crisis.

A Julio Anguita hay que felicitarlo primero porque reconoce el papel del mercado, y no sólo como instrumento económico sino de relevancia moral, porque expresa las preferencias colectivas, que lógicamente hay que respetar. El problema es que Anguita se suma al pensamiento único que busca un equilibrio entre Estado y mercado y allí comete dos errores. Uno es creer que el Estado es la sociedad, con lo que su planificación concreta “las grandes decisiones sociales”, como si esto fuera fácil, deseable o incluso posible. El segundo error estriba en la identificación entre Estado y mercado, es decir, en el establecimiento de la armonía imposible entre coacción y libertad.

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