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Ignacio Moncada

Manos rotas

Cuando la economía crecía, había que gastar porque se podía. En recesión también, porque gastando dinero se reanima la economía. Da igual de dónde salga el dinero, a quién se le quite y en qué se gaste.

Cuando no se sabe gobernar, lo más fácil es dedicarse a gastar. Woody Allen explicaba que arreglar los problemas económicos es más fácil de lo que parece: "Lo único que se necesita es dinero". Esa fórmula, tomada al pie de la letra, también arregla los problemas de un político en apuros, siempre y cuando los ciudadanos estén dispuestos a pasar por el aro. El dinero público puede sustituir a las grandes ideas si éstas no llegan, y puede disimular la incapacidad para gobernar durante algún tiempo. Lo único que hace falta es vestir el dispendio con grandes palabras y procurar que el problema le estalle a otro.

Desde que Zapatero aterrizó en la Moncloa, la política económica se ha reducido a tirar de gasto público para suplir una crónica falta de criterio. Las arcas públicas están a disposición de la supervivencia política de los socialistas, siempre con la vista puesta en el corto plazo. Por eso el gasto ha aumentado un 10% cada año. Así cualquiera presume de cintura política y de capacidad para llegar a acuerdos. Cada vez que el PSOE llega a un pacto con otro partido a los contribuyentes les sale carísimo. El Congreso se ha convertido en un mercado en el que el apoyo en una votación cotiza al alza. Recuerdo un caso realmente espectacular a finales de 2007, en el que el PNV y el BNG se alinearon con el PSOE para rechazar la recusación a Magdalena Álvarez por su nefasta gestión frente al Ministerio de Fomento. A cambio de pulsar el botón adecuado, ambos partidos se embolsaron un total de 65 millones de euros. Nada menos.

La clase política no se ha ajustado el cinturón ni tiene intención de hacerlo. El último acuerdo de financiación autonómica, que fue una centrifugación de fondos públicos a los barones autonómicos, no fue una demostración de austeridad espartana exactamente. Pero el mercado sindical tampoco está notando la crisis, que se diga. Pese a que a Zapatero le gusta presumir de haber alcanzado la paz social, las subvenciones millonarias a los sindicatos políticos son como para no abrir la boca, que entran moscas. No hay tasa de paro suficientemente alta como para levantar la voz cuando te amordazan con dinero. Todo se paga del mismo saco, que son los contribuyentes. Y hay para todos. De ahí pasta el lobby del cine y el espectáculo, el famoso clan de la ceja, que también es un sumidero de gasto. No hay vídeo electoral ni apoyo que sea gratuito. También piden su parte del pastel los tentáculos mediáticos del Gobierno, que les da la pataleta política cuando sospechan que pueden perder privilegios gubernamentales. O sea, dinero. La lista de apoyos recabados a golpe de talonario, por desgracia, es interminable.

Lo peor es que ya no se tira del gasto para hacer amigos y callar bocas, sino como forma de gobernar. Cuando la economía crecía, había que gastar porque se podía. En recesión también, porque gastando dinero se reanima la economía. Da igual de dónde salga el dinero, a quién se le quite y en qué se gaste. La política económica de Zapatero se reduce a una lista de partidas de gasto destinadas a evitar cualquier tipo de reforma económica. Con que sea efectista es suficiente. Y cuando el despilfarro público se transforma en un modo de gobernar, pasa lo que pasa. El Gobierno se dirige a un déficit del 10%, inflando la burbuja de la deuda pública y acaparando el poco crédito disponible. Y parece estar orgulloso de ello.

Es evidente que la política de las manos rotas no es gratuita. Ahora pasan la cuenta, cuando más aprieta. El Gobierno ha soltado los globos-sonda de las subidas de impuestos para ver si alguno cuela. Pero esta vez no valdrá con una subida tímida del impuesto sobre el capital, o del último tramo del IRPF. Ha dicho la propia ministra de Economía que todos los tipos están en revisión, así que agárrense que vienen curvas. Hay que echar el freno al despilfarro, al Gobierno manirroto y a la improvisación permanente, pues de esta manera corremos directos hacia el abismo económico. Y como dijo Isaac Asimov, siempre es deseable ver el borde del precipicio antes de caer en él. Gritar después es muy fácil.

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